Mozo aún dejó las agrestes tierras de su pueblo, Jarafuel, en el Valle de Cofrentes e ingresó novicio en un convento franciscano. Le vieron buenas dotes para la cocina y lo enviaron a Roma, donde se ganó simpatías y adhesiones. Estaba a gusto en aquel conglomerado eclesiástico, pero su corazón estaba en su pueblo natal siempre afectado o por las sequías o por las tormentas, principalmente de pedrisco.

Les quiso buscar un protector contra estas calamidades y pensó en las reliquias de algún santo mártir. Logró que le dieran una urna con las de san Coronado, martirizado en las primeras persecuciones contra los cristianos que hacían su culto en las catacumbas.

En 1770 , estaba ya en Valencia con la caja de los huesos del santo y de ahí a Jarafuel, a la Iglesia de Santa Catalina Mártir donde des entonces siempre que han tenido grandes catástrofes han acudido al santo, cuyos restos son contenido en una gran urna de la que su Cofradía de san Coronado mártir y santa Catalina mártir no ha permitido nunca que saliera ninguna reliquia, ni que los huesos del santo fueran tratados con productos químicos que los hicieran peligrar, además de que sólo podían ser tocados por los pinceles médicos forense en los procesos de restauración de la urna y limpieza de los restos. Lo suyo les costó imponer sus criterios al Arzobispado.

El 15 de noviembre comienzan la novena a sus santos patronos. Uno de ellos a cargo del Gremio de Horqueros, pues Jarafuel es la primera industria artesana en trabajar el almez. El viernes 23, por la noche, encienden una gran hoguera de bienvenida a los jarafuelinos que viven fuera y en honor de los patronos. Los días grandes se come calducho toñas, gazpachos grullos, gachas de matanzas y tortas de chicharrones. El sábado 24, la fiesta es para los dos patronos. El domingo 25, para santa Catalina. El martes 27, para san Coronado. Misas y procesiones todos los días.

Hay un cantar -la jota nació en Cofrente, reivindiquemos- que dice: «Jarafuel está en un alto, Jalance en una cuesta, Cofrentes entre dos ríos y Cortes a la trapuesta». En sus tierras se asentaron grupos tribales de los iberos contestanos tres siglos antes de Cristo y hasta el final de la dominación musulmana, de esplendor económico, no se conoce nuevos poblamientos importantes, a pesar de haber sido siempre buenos terrenos de bosques y caza. Con los bereberes floreció la artesanía de la alpargata. Es famosa en la actualidad su actividad colmenera y la de fabricar horcas, garrotes, aperos de labranza, etc€ a partir del almez una planta muy popular en los ribazos de la zona. Con orgullo enseñan los lugareños las corralas donde las fabrican.

Un «Diccionario Jarafuelino», de Arsenio Martínez, que da fe de la lengua jarafuelina, una lengua de pueblo frontera mezcla de castellano, valenciano, aragonés y mozárabe, digna de estudio por los lingüistas.