Opinión

El malestar de la comunicación

Los medios de comunicación de masas, el periodismo, la prensa, la información y sus agentes constituyen un entramado de vital importancia para la sociedad en la que actúan y a la que sirven. Como consecuencia de la crisis económica y social que estamos padeciendo, las empresas de comunicación periodística se están reduciendo y las que sobreviven lo hacen en un contexto de penuria de recursos y de dificultades de financiación que empañan su imagen de función social con independencia.

La Comunitat Valenciana tiene ante sí un preocupante panorama de los medios de comunicación en decadencia. En los últimos años, en pleno auge de las tesis neoliberales y de sus consecuencias, las empresas periodísticas se han ido extinguiendo, quizás como siempre, pero sin que las existentes mejoraran su situación y con absoluta ausencia de nuevas iniciativas que regeneraran el tejido informativo de una sociedad, la valenciana, cada día más supeditada a los superpoderes de la comunicación, grandes grupos.

Cuando un medio de comunicación desaparece, no sólo se extingue una empresa con el consiguiente quebranto económico y la inevitable pérdida de puestos de trabajo. Un periódico, una televisión, una radio, sobre todo si son de titularidad privada, son fruto de un nacimiento doloroso en el que sus protagonistas asumieron un riesgo financiero, profesional y político, que no es reconocido ni tiene siempre un recorrido feliz. Es más, la mayoría de los proyectos periodísticos o no ven la luz o alcanzan una corta vida. Los negocios periodísticos son empresas peculiares, en cuyo éxito se funden la idea feliz, con el equipo adecuado, en el momento oportuno, con medios financieros, gestión eficiente y el valor necesario para hacer frente a la adversidad.

En la década de 1980, mientras entrevistaba en el Palau al primer presidente de la Generalitat, Joan Lerma, sonó en su teléfono una llamada urgente de un conseller para hacer partícipe a la primera autoridad de la Comunitat Valenciana, de las reticencias del vicepresidente socialista del gobierno español, Alfonso Guerra, que contagiaban al presidente Felipe González, con la intención de que la televisión pública valenciana no fuera posible. Es cierto que de haber triunfado las tesis jacobinas de Guerra, hoy la autonomía valenciana no tendría que resolver el problema de qué hacer con el ente RTVV, con más de 1.700 empleados y una deuda de 1.300 millones de euros confirmada hasta 2012.

Puestos a soñar, también podríamos imaginar que, crisis aparte, la radiotelevisión pública valenciana, si hubiera conseguido ser lo que tendría que haber sido, podría disponer de aceptación mayoritaria por parte de los valencianos. Puestos a elucubrar, los ciudadanos y las empresas estarían dispuestos a hacer los sacrificios y las inversiones precisas para que la televisión que más les importaba, siguiera funcionando con todo su potencial y los empleados que racionalmente necesita. Habría muchos candidatos para refinanciarla y hasta con interés en comprarla.

Lo que no tiene ningún sentido es prolongar la vida de un ente público de comunicación, que únicamente se entiende como instrumento propagandístico, al servicio de las formaciones políticas que lo controlan, sin respeto a las minorías ni a la objetividad a la que tienen derecho los ciudadanos. Las audiencias y los índices de espectadores son suficientemente elocuentes para iluminar las mentes que han de decidir el futuro de RTVV. Los contribuyentes llevan invertidos demasiado dinero y esfuerzo en un proyecto colectivo para que se acabe enterrándolo. En el caso de que se cierre en falso la crisis de la radiotelevisión pública, ésa es una expectativa que no volverá a plantearse nunca, con la consiguiente pérdida de libertad informativa y de expresión que merecen los ciudadanos. Un nuevo fracaso político y social del pueblo valenciano.

Todo apunta hacia la intención de convertir la televisión pública autonómica en un instrumento al servicio de unos intereses particulares, ajeno a las señas de identidad y a las necesidades informativas de proximidad que merecen los valencianos, siempre con objetividad e imparcialidad. La comunicación no es un lujo, sino una necesidad. Constituye uno de los pilares de la democracia a la que contribuye sin duda, en la misma medida que también puede ser responsable de su decadencia. Sin comunicación tolerante y plural no se puede hablar de libertad ni de democracia.

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