El dramatismo de la situación actual es indudable. Y la confusión generalizada, también. De repente, a causa de los recortes, una parte nada desdeñable de la población habla como si en su vida anterior hubiese sido de izquierdas, marxista-leninista o incluso de extrema izquierda. Gentes ya talluditas que agachaban la cabeza durante el franquismo, y jóvenes que, afortunadamente, no sufrieron la dictadura y ahora no saben distinguir un huevo de una alcachofa, es decir, a Franco de Rajoy. Ni a los grises franquistas de la Policía Nacional democrática. Ni a la democracia de la dictadura. Hay demasiada «burrera» (Isa Tròlec dixit).

Añádase a lo anterior el activismo de ciertos medios de comunicación, a favor del Gobierno (mayoría absoluta: es la democracia) o en contra (la Pirenaica, cadena de radio con sede en Madrid y no en el Bucarest del Telón de Acero). Y las tertulias de sabios para todo. O los presuntos delincuentes antisistema, lumpen «y otras hierbas».

No es nada sencillo ni fácil, antes al contrario, razonar sosegadamente en este país de exaltados, a derecha e izquierda. Sus habitantes son, por lo general, gritones, apasionados hasta la irracionalidad más delirante y el sectarismo más ciego (a veces, interesado, de money, money).

Un ejemplo muy mostrenco pero ilustrativo es el codazo que le propinó un defensa del Levante UD, presuntamente, a CR7 (modelo de automóvil de alta gama). Para algunos medios de comunicación valencianos, CR7 tropezó con el codo. Sin embargo, para la central lechera mediática madrileña se trató de un codazo con premeditación, alevosía y nocturnidad, puesto que el partido se jugó de noche. Nosotros no nos definimos porque hemos heredado el espíritu de UCD o Unión de Centro Democrático.

Llegados a este párrafo, nos acostamos en la cama porque era hora de irse a la cama. Y soñamos que vivíamos en el Fuerte Laramie, uno de los más importantes puestos militares del Oeste norteamericano. Se llama así en honor de un cazador canadiense (Laramee) a quien mataron los sioux cuando preparaba sus lazos para cazar castores. Sucedió en 1830, en el lugar donde construyeron el fuerte.

Esa mañana, en Fort Laramie hace mucho frío. Por el lado de poniente se divisa en el horizonte un pico muy alto, el de Laramie, obviamente, aislado en medio de la llanura. Se eleva a 1.200 metros sobre el terreno que lo rodea. Y se distingue a la distancia de 60 millas. Nos dimos cuenta al alejarnos a caballo, para merodear por los alrededores del fuerte. Lo contemplamos con mucha nitidez, gracias al aire de las praderas, nítido puro y transparente.

Durante siete horas anduve por Laramie. El río que pasa por el fuerte crece mucho en otoño e invierno. Las avenidas de agua son muy caudalosas y hay que utilizar un pequeño barco (yo lo hice) para trasladarse a la otra orilla porque es una temeridad cruzarlo por su puente de madera. Esa misma mañana de atmósfera traslúcida visité el corral, donde había caballos y mulas, un vasto emplazamiento cuadrangular cerrado por una cerca, en cuyos ángulos hay unas torres de ladrillo edificadas para repeler los ataques de los sioux. «Cuando los indios consiguen entrar porque nos han sorprendido, primeramente se apoderan de las mulas y los caballos», nos comenta Bitter Creek (Arroyo Amargo, por su malhumor), sargento del 7º de Caballería que estuvo a las órdenes del general Custer.

Y, de repente, nos despertamos. Nada más enchufar la radio, lo primero que escuchamos es: «Ha subido la prima de riesgo hasta 438 puntos básicos». Regresamos a la cama y continuamos paseando por Fort Laramie.