Opinión
¿Qué puede pasar?
El otro día el poeta hondureño Óscar Gonzáles me estuvo contando cómo era la vida actual en Honduras, que se ha convertido en el país más violento de América, y donde te pueden secuestrar a un hijo para cobrarte 10.000 euros, y donde salir a la calle muchas veces se convierte en un acto de puro heroísmo. El padre de Óscar Gonzáles era un dirigente sindicalista que luchó contra la dictadura en los años 80 y contra las condiciones esclavistas de la multinacional United Fruit. Pero ahora, cuando ya debería estar disfrutando de la jubilación, el antiguo sindicalista se ha ido a vivir a Estados Unidos, porque no soporta la inseguridad ni el caos que se viven en su país.
Cuando el Estado se va degradando hasta que llega un momento en que es incapaz de cumplir con su misión -por ruina económica o por falta de integridad moral de sus dirigentes o por simple descomposición social-, de la noche a la mañana el caos se apodera de todo. Y entonces el poder se atomiza y empiezan a disputárselo los capos de la droga, o bien los policías y funcionarios corruptos que tienen que buscarse la vida como pueden, siempre de la peor manera posible. Y a partir de ese momento, unos y otros se dedican a combatirse como si fueran condotieros medievales, y todos empiezan a extorsionar a la población civil, y hasta los sindicalistas que supieron enfrentarse a una dictadura política y a las multinacionales tienen que salir huyendo.
Por muy seguros que nos creamos, no hay sociedad que esté libre de esta maldición. La zona donde vivo, en Estados Unidos, está llena de laboratorios clandestinos de drogas de diseño. Un abogado me contaba las historias turbias que circulan por aquí sobre policías corruptos y fiscales mudos y ciegos. Pero esa otra sociedad paralela de los laboratorios clandestinos existe, y de un modo u otro todos somos conscientes de ello. Y por eso sospechamos que si un día el Estado dejase de funcionar, y si los empleados públicos dejaran de cobrar su suelo y ya no aparecieran los policías ni los bomberos ni las ambulancias cuando hicieran falta, entonces esa otra sociedad paralela ocuparía su lugar. Y me pregunto si esto explica que todavía no se haya producido un grave estallido social en España y la gente siga actuando con cierta mesura, a pesar de la desesperación y de la rabia que se ven por todas partes. Porque quizá, después de todo, la gente sabe que las alternativas a lo que tenemos son todavía mucho peores. Y aunque los utópicos sueñen con la posibilidad de crear una nueva sociedad feliz e igualitaria si se destruye esta sociedad imperfecta, hay mucha gente que sospecha que la alternativa real es un caos dominado por mafias, capos y señores de la guerra, como en Honduras y como en México y como en otros muchos lugares del planeta. Y por eso, de momento, todo se mantiene en orden. De momento.
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