Opinión
Elocuencia
Joaquín Rábago
Siempre que tiene lugar alguna Cumbre Iberoamericana y escucho hablar a algunos de los participantes de aquel continente, no dejo de admirarme por la facilidad de verbo que casi siempre demuestran.
Lo mismo ocurre cuando dan alguna rueda de prensa o entrevista y responden de modo espontáneo a las preguntas que se les hacen. Es en la inmensa mayoría de los casos notable su elocuencia.
Pero no ocurre tal cosa sólo con los políticos, sino también con las personas normales, con muchos de los inmigrantes peruanos, colombianos, ecuatorianos, chilenos o de cualquier otro país cuando los entrevistan en la calle.
Podríamos decir que les dan sopas con honda a los nuestros, tanto a nuestros dirigentes como al resto de los ciudadanos.
Son la mayoría de nuestros actuales hombres públicos, si se exceptúa a algún político ya jubilado o algún que otro ministro del actual Gobierno, de verbo pobre y repetitivo. Sus parlamentos son previsibles, anquilosados, y el tono en que los pronuncian, casi siempre cansino.
Nada que ver con la elocuencia que se atribuía a próceres de otros tiempos como los Argüelles o los Castelares.
Y por lo que se refiere a los ciudadanos de a pie, parecen muchas veces, al menos cuando se expresan a través de los medios, hablar sólo con estereotipos, como los que se escuchan una y otra vez en la televisión o en la radio. ¡Qué simpleza de argumentación y pobreza de vocabulario muestran las más de las veces!
Resulta por ello admirable la capacidad de improvisación, el nivel de elocuencia que exhiben, por ejemplo, los políticos británicos cuando debaten sobre cualquier tema, por complejo que sea, en su Cámara de los Comunes. Y uno no puede sino sentir en esos casos sana envidia.
Deberían darse clases de retórica ya en las escuelas. Enseñar a los alumnos desde pequeños a debatir entre ellos. Y debería sobre todo exigirse a quienes ejercen su labor en los medios de comunicación, ya sean privados o públicos, a cuidar más el lenguaje que emplean, a argumentar mejor, a emplear siempre la palabra precisa.
Ello nos evitaría muchas veces el bochorno que sentimos cuando escuchamos ciertas peroratas de nuestros prohombres o las respuestas que dan algunos ciudadanos cuando se les pregunta en la calle por cualquier tema.
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