Opinión

La infancia de hoy y el futuro de España

Ruth Abril

Cuando pensamos en el bienestar de nuestros hijos e hijas reflexionamos sobre lo que es mejor para ellos, intentamos protegerlos y animarlos para que su paso por la vida sea productivo, y les haga sentirse un individuo pleno de los derechos y deberes que la sociedad les otorga. Vinculado a ello, pensamos en la Convención sobre los Derechos del Niño, en las normas estatales y autonómicas que promueven su bienestar y les protegen. Pensamos en el defensor del menor, en el teléfono de atención a la infancia maltratada, instrumentos para salvaguardar sus derechos que deben reforzarse para garantizar que estos sean efectivos. Sin embargo, debemos tener en cuenta dos cuestiones clave, no para los niños y niñas, sino para la sociedad.

En primer lugar, que ellos son el futuro de la sociedad, que dentro de unos años serán los gobernantes, profesionales, trabajadores, y que serán las madres y padres de las futuras generaciones. La inversión que se haga para su adecuada educación, socialización y formación en valores no son sólo sus derechos, sino que son la base de la sociedad del futuro.

Cada vez oímos con más frecuencia que el índice de la pobreza avanza en España y que ello afecta especialmente a los grupos más vulnerables, entre los que están niños y niñas, que la violencia de género se incrementa entre los adolescentes, que existe un importante fracaso escolar y que la desconfianza se asienta en estas capas de la sociedad, que la exclusión hace mella en muchos niños y niñas. En ocasiones esas afirmaciones son desmesuradas, aunque no cabe duda de que el problema está latente y por eso se le da importancia.

Es un fracaso para los niños de hoy, pero también para la sociedad de mañana. Hacemos ingentes esfuerzos en lograr la igualdad de género y la erradicación de la violencia contra la mujer, pero si no nos centramos en las futuras generaciones, estos esfuerzos no darán fruto. Hablamos de la necesidad de una mayor inversión en tecnología, en crecimiento económico, pero esto necesita gente preparada, requiere inversión en las personas. Estos niños discriminados, excluidos o con escasos recursos, no podrán desarrollar todas sus capacidades y potencialidades en este futuro en el que deben ser activos sociales.

No piense el lector que estoy hablando solo del deber de las autoridades de invertir en la infancia, eso vaya por delante. Estoy hablando de todos los actores sociales que intervienen, del deber de padres, educadores, familiares y amigos. Todos ellos deben esforzarse en que la socialización y preparación de los niños sea la mejor. No sirve decir todos somos iguales, si en casa unas trabajan más que otros. No sirve decir «lo importante es participar» cuando la pérdida de un partido supone una crisis en el equipo y una bronca del entrenador. No sirve decir que todos somos iguales cuando se discrimina al que va más lento en los estudios o se toleran los insultos a los distintos.

No sirve decir «hay que trabajar en ello». Hay que ponerse manos a la obra, desde todos los sectores sociales y administraciones públicas, para que los derechos sean realidades y las palabras se conviertan en estímulo del futuro de nuestra sociedad.

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