Opinión
Los Skoptsy
Carles Recio
La interpretación literal de la Biblia conduce a resultados radicales. Ya sabemos que ciertas corrientes cristianas se niegan a permitir transfusiones de sangre y otras cuestionan las imágenes y los ídolos. Pero sin duda el grupo más sorprendente de todos fueron los desconocidos skoptsy, liderados por Kondraty Selivanov desde 1770.
Selivanov era un campesino ruso de Orel que leyó la Biblia y se encontró la siguiente frase del Sermón de la Montaña. «Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo, es mejor entrar tuerto en el Cielo, que no entrar con dos ojos en el infierno». Por si quedaba alguna duda, el ejemplo se repite con las manos y con las piernas, recomendando ser manco o cojo antes que pecador.
Kondraty Selivanov notaba que el principal escandalizador del cuerpo humano eran los órganos sexuales y por eso fundó el grupo de los «skoptsy» o mutilados. Su filosofía era muy simple: extirpar aquellas partes que tantos problemas causaban a los seres humanos.
Selinov se consideró a si mismo una reencarnación de Cristo y fue inflexible en sus planteamientos. Los hombres que querían seguirle debían recibir el «bautismo de fuego», que consistía en aplicar una plancha de metal ardiente sobre su sexo. Si las graves quemaduras que se producían no mitigaban los ardores masculinos, se pasaba a la castración directa, cortando el pene y testículos.
Por su parte, las mujeres eran víctimas de una ablación más cruel que la practicada en África, pues además de la extirpación del clítoris se atacaba sus pechos. Primero empezaron cortándoles los pezones, pero después concluyeron que era más seguro arrancar el pecho entero.
Para los skoptsy, el pecado original no era haber comido del árbol prohibido del paraíso, sino tener relaciones sexuales. En coherencia con esto eran estrictamente vegetarianos, pues los productos cárnicos provenían del acoplamiento sexual. La carne no la querían ver de ninguna manera, pues era la gran perdición de la Humanidad.
El problema generado era su propia continuidad, pues como no podían engendrar hijos dependían del proselitismo directo. Por eso, a partir del siglo XIX permitieron a sus adeptos tener un par de hijos antes de castrarse, para asegurar el futuro de la secta. A principios del siglo XX había en Rusia unos 10.000 miembros, que fueron furiosamente perseguidos a partir de la revolución soviética. En 1929 ya se daban por desaparecidos, aunque algunos investigadores aseguraron que los últimos grupos se habían instalado clandestinamente en Rumanía.
En estos albores del siglo XXI nos tememos que los «skoptsy» han vuelto. Ahora no se cortan las partes íntimas, sino que se han aplicado a los recortes sociales. Vivimos una auténtica fiebre castradora en toda Europa que se fija más que nada en los avances sociales conseguidos por el estado del bienestar.
Para conseguir la pureza absoluta de la economía, los nuevos skoptsy aplican las tijeras sin miramiento. Ora sean los medicamentos de las farmacias, ora sean las ayudas a los dependientes, ora sea la educación o los aportes para favorecer la inclusión social. Los nuevos mesías de esta secta inmisericorde arrasan con todas aquellas ramas humanas que han aportado algo de tranquilidad y felicidad a los ciudadanos y ciudadanas, sin importarles que nos hundamos en la tristeza y el caos.
La gran diferencia es que aquellos primigenios skoptsy eran humanamente autónomos y se aplicaban la medicina a ellos mismos, sin imponérsela a otros.
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