Opinión
Más Werts en la política
Juan Vicente Yago
La creciente animadversión popular hacia la casta política deja muy claro que la sociedad ha llegado al punto de saturación y no admite más gatuperios ideológicos. Pero también hace muy patente que no acepta de los políticos ningún cambio, que no desea rectificación alguna, que ya no les da otra oportunidad. El batacazo socialista en las elecciones gallegas y vascas „y el que va viéndose que se dará en las catalanas„ lo confirma. Es la ruptura definitiva entre la política y la sociedad. No más políticos profesionales. No más políticos de raza „de la raza infame de los políticos españoles.
El español ha comprendido que su país no saldrá de la galerna económica con pedigrí político, ni con la burda sofistería de siempre, sino con sensibilidad humana y con fina hilatura intelectual. Sobran políticos chusqueros, políticos henchidos de conciencia de clase, políticos graduados en vicios de poder y propensos a la mangancia. Y faltan políticos de oficio, políticos interinos, políticos que tienen un bagaje particular al margen de la política y que se ponen a ejercerlo en ella de manera puntual, sin pretensión alguna de continuidad más alla de la solución de los problemas concretos; políticos que ven la política desde fuera o, al menos, con la distancia necesaria para que los árboles no les oculten el bosque.
La confusión y la improvisación, en política, suelen conducir al arrinconamiento del interés general. A la pura demagogia. El antídoto es la incorrección política, la meta definida, la prioridad absoluta de la esencia. Porque la esencia „contra lo que pudiera pensarse„ no es nada minimalista: es humana, y lo humano está siempre, por naturaleza, lleno de matices. Necesitamos, pues, humanistas, cultos temporalmente políticos que sepan gestionar los matices para llegar al objetivo, distanciarse de su cargo y verse a sí mismos con el desenfado y el humor de los que hizo gala el ministro Wert hace unos días, cuando habló de la «multitud de mis detractores» como Quevedo hablaba del «rebaño de mis enfermedades». A Wert se le ha quedado el clásico, la letra humana inmarcesible, que resiste los años y las insidias. Por eso es un ministro sin complejos, inmune a las imposiciones de la corrección política.
Está de moda criticar a Wert; tragar sin masticar las connotaciones retrógradas o totalitarias que suelen asociarse a sus declaraciones; no ver al verdadero Wert, sino la caricatura que se le hace desde la política racial „esa política huera, tan castiza, hecha de prejuicios y lugares comunes„. Pero Wert no es un político: es un hombre culto que gestiona la educación, la cultura y el deporte.
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