Opinión

Sin discursos

Al final, no hay nada como el periodismo de toda la vida, las historias de siempre, cosas sencillas pero que cuestan un dinero, un tiempo y un esfuerzo (por ambas partes). He tenido que leer el relato de Mario Vargas Llosa Los generales y las faldas para enterarme, en diez minutos (y eso que el artículo en El País del domingo era de página entera), del lío entre el general Petraeus y su biógrafa, la chica salida de West Point para echarle el incienso y los polvos. Y del caso curioso del agente de la CIA que le enviaba a la segunda chica en discordia „amenazada por la primera„ fotos con el torso desnudo mientras que ella, por su parte, intercambiaba miles de correos babeantes con el general John Allen en vez de fornicar como personas adultas. Allen iba para jefe supremo de la OTAN: no sé si nos invadirán los chinos o lo harán antes los rusos o el Vaticano, pero estamos perdidos.

Me ha pasado algo parecido con La diligencia, el clásico de John Ford, ese Huis clos de ocho almas (más el bebé), metidas en un zapato que camina pero sin saber muy bien hacia dónde y si llegarán. El dibujo de los caracteres es digno de Leonardo, pero el personaje más endeble (se nota que Ford, que era católico y de derechas, no le tiene ninguna simpatía) es el del banquero que siempre tiene prisa por dejar muy atrás a los clientes a los que ha estafado. Como las preferentes, pero hace ciento veinte años.

La novedad es que las cosas son como son, aunque es cierto que en la crisis del 29 se lanzaban al vacío los agentes de bolsa y los especuladores, mientras que ahora se despeñan los desahuciados. Debe de ser el progreso: como diría Dalí, no ha muerto nadie que viaje en primera. Aunque siguen las mismas pláticas del banquero de la película: bajar impuestos y dejar el país en manos de los hombres de negocios. Los americanos, a quienes odiamos casi tanto como imitamos, tienen sanidad privada y ni su esperanza de vida ni su mortalidad infantil son mejores que las nuestras, que tenemos el aire más viciado. Denles a sus amigos el dinero de las escuelas y los hospitales, pero no nos suelten discursos.

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