Los amigos de Peter

Los historiadores de la literatura tienden a marcar barreras generacionales y estilísticas. Ahora que conmemoramos 50 años del boom de la literatura lationoché, me vuelve la inquietud de las adscripciones generacionales. ¿Machado fue hijo del 98, padre del 27 o acabó quitanesenciándolos a todos? Juan Ramón, el amable iracundo ¿es un simbolista del 98 que encontró una lírica propia o el enlace necesario entre la poesía truncada por la guerra incivil y la generación de los 50 (Goytisolo, Barral, Álvarez, Gil de Biedma, Ferrater€)? No lo sé. Ortega y Gasset, filósofo que ansiaba un sistema propio, tenía soluciones para todo: una generación son quince años, tres lustros, por tanto, empiece usted a contar. Pero en Ortega las respuestas siempre tienen trampa o, más bien, tropo; de hecho, Ortega siempre fue un magnífico tropo de sí mismo, con esa habilidad que tenía para titular sus libros de una manera que no tenía nada que ver con el asunto del texto. ("La deshumanización del arte," cénit de los tropos orteguianos) La trampa está en cuándo empiezas a contar, o dónde se coloca uno mismo, ya no como escritor, sino como persona. Los que nacimos a finales de los 50, tendemos a irnos para atrás, a creer que estuvimos en Berkeley y en París en 1968 cuando sólo teníamos diez años. Problemas de ubicación. Pero de pronto surge una ráfaga y dices: ahí estoy. De nuevo he visto "Los amigos de Peter", esa bella película que compusieron con maestría Emma Thompson, Kenneth Branagh y Stephen Fry: esa es mi generación. Ya sé que no es comparable el campus de Cambridge de 1975 con el de Santiago de Compostela, ni el ambiente urbano del Londres de esa época con los de Madrid y Barcelona. Huelgan comparaciones porque sólo hace falta una utopía común, una frustración común, una tristeza común y una melancolía universal. Y en esa película está todo eso, anhelo y desdichas, sin importar territorios ni contexto social. Estoy contento, ya sé cuál es mi generación, por ahora, la de los amigos de Peter.