Opinión

Una Europa más fuerte y al compás de los nuevos tiempos

Mi primera lección de filosofía del Derecho comenzó con la siguiente pregunta del profesor: "¿Por qué los tribunales siempre se han construido cerca de los ríos?" Por supuesto, nadie lo sabía. Nos explicó que la Justicia y el Derecho permanecen siempre, mientras que la aplicación de las normas - como el agua que fluye - muta y se adapta a la evolución de los tiempos y a las circunstancias.

He pensado en esta metáfora leyendo con detenimiento el editorial del profesor Sartori publicado por el diario italiano Corriere della Sera, donde se compara a Europa con un animal indefenso.

Creo que vale la pena reflexionar sobre la aplicación actual de nuestras políticas. Europa tiene las herramientas para navegar por las turbulentas aguas de la globalización. Tenemos una unión monetaria y somos el primer mercado del mundo, con competencia exclusiva en materia de política comercial. Pero aún nos falta más unidad en nuestras intenciones, lo que a veces puede conducir a que los Estados Miembros estén divididos para la defensa de los intereses nacionales a corto plazo, debilitando, como consecuencia, nuestra posición global. Asimismo, existe una tendencia a los excesos de rigidez en la aplicación de reglas y principios.

La eliminación de las barreras comerciales, la competencia y el euro eran esenciales para crear un mercado integrado y prosperidad económica. Pero el objetivo de hoy no puede ser sólo el funcionamiento del mercado per se o el respeto formal de las cuentas. También necesitamos resultados reales en términos de crecimiento y empleo. En otras palabras, el liberalismo y las cuentas impecables deben estar al servicio de la economía social de mercado, como establece literalmente el Tratado de Lisboa.

En lugar de protegernos o encerrarnos en nosotros mismos, debemos, por tanto, tener un enfoque más pragmático e inteligente, dirigido a la salida de la crisis. No se trata de renegociar o repudiar las teorías y modelos económicos sobre los beneficios de la disciplina fiscal, de la competencia o de la apertura del mercado. Pero, en mitad de la peor crisis desde el final de la Segunda Guerra Mundial, no podemos seguir actuando por dogmas, aplicando de manera estática las normas que en realidad proporcionan, por sí mismas, los márgenes de interpretación y flexibilidad. Como si Europa tuviese miedo a la discrecionalidad necesaria para la política.

Por ejemplo, una interpretación menos rígida del Pacto de Estabilidad permitiría a muchos Estados pagar puntualmente a las empresas, saldando los 180.000 millones de la deuda pendiente. Asimismo, facilitaría el uso de los fondos regionales de la Unión Europea, más enfocados a las infraestructuras y la innovación industrial, esencial tanto para el crecimiento como para el rigor fiscal. Para permitir a las empresas europeas competir con los gigantes mundiales, se precisa una aplicación de las normas de competencia que tengan en cuenta la nueva dimensión global de los mercados. Damos la bienvenida a la inversión en Europa, siempre y cuando esto no signifique sólo la adquisición de tecnologías valiosas a buen precio para luego producirlas fuera.

Un mejor acceso a los mercados internacionales es esencial, sobre todo ahora que la demanda interna es débil y el 70% del nuevo crecimiento se produce en los países en desarrollo. Pero el libre comercio debe llevarse a cabo sin ingenuidad, teniendo en cuenta las diferencias en las normativas sociales, medioambientales o de seguridad. Se debe garantizar la igualdad en el acceso a los mercados en condiciones similares, sin pedir que nuestra industria juegue un 11 contra 11 en Bruselas y un 9 contra 13 en el extranjero. Por ello, no podemos continuar cargando de burocracia y regulaciones, a veces francamente innecesarias, a nuestras empresas, limitando su competitividad en el mercado global.

En resumen, Europa debe colocar en el centro de su agenda por la economía real, a la industria y las empresas, sin las cuales no se puede salir de la crisis. El 10 de octubre la Comisión Europea presentó una estrategia para revertir el declive industrial, con el objetivo de que el peso de la industria en el PIB crezca del 15,6% al 20% en 2020. En coherencia con este objetivo, nos comprometemos a implementar políticas de competencia, comerciales, presupuestarias, de protección del medio ambiente, energéticas o para el fomento de la investigación.

La crisis debería ser una oportunidad para el cambio, para construir una nueva Europa más fuerte, con un verdadero gobierno económico, un presupuesto adecuado, un banco central que se parezca a la Reserva Federal, unas reglas de Basilea III que no perjudiquen a las pymes, una unión bancaria que promueva el acceso al crédito y evite que los ciudadanos y las empresas tengan que pagar la factura de los excesos de las finanzas. Una Unión política capaz de promover nuestros intereses en el mundo global.

*Vicepresidente de la Comisión Europea responsable de Industria y Emprendimiento

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