Opinión
La escuela jornalera
Agustín Zaragozá Granell
Cuando uno reflexiona sobre el sistema educativo recuerda que la escuela es „como diría Blas de Otero„ «monstruosamente humana». En los últimos días asistimos a un debate sobre las ventajas e inconvenientes de la jornada intensiva (clases sólo por las mañanas), en donde confluyen diversos factores a tener en cuenta ya sean pedagógicos, económicos, familiares, etc. No deja de asombrarme la ausencia de discursos críticos que vayan más allá de las dicotomías, capaces de generar una perspectiva distinta, una nota radical sobre un tema de máxima importancia. Esbozar un par de ideas-fuerza para el diálogo reflexivo parece una obligación moral.
La escuela es ante todo un elemento socializador. Pero, ¿qué es socializar? A mi juicio, interactuar, algo así como con-vivir en un originario espacio social construido e ideado por el cuerpo docente. Comparto la tesis de José Antonio Marina, quien sostiene que lo más valioso de la enseñanza es el patio. Es más que evidente que la jornada lectiva „intensiva o no„ imposibilita lo más valioso de la educación: aprender a vivir. Si es lo que pretende va mal encaminada: en el recreo es donde aparece el mayor mecanismo socializador de la enseñanza. Pero, ¿interesa eso al Estado y a la mayoría de docentes, cómplices de su estrategia de control y satisfechos con su ilusoria parcela de poder? En absoluto. ¿Qué voces críticas reclaman una mayor presencia de ocio y diversión en el sistema educativo? Pocas. ¿Alguien toma en serio „sin cinismo mediante„esa idea según la cual la escuela nos prepara para la calle?
El debate es más profundo. Uno sospecha que la jornada escolar de los alumnos se asemeja demasiado a la laboral. ¿Cómo se consigue que un cerebro adolescente aguante siete horas con el culo pegado a una silla? ¿Qué anula la creatividad originaria de los niños? ¿Quién aniquila su capacidad para lanzar tantos y tan incómodos interrogantes? Sin dudarlo, una escuela que domina y esclaviza, capaz de destruir una ciudadanía en proyecto y convertirla en masa acrítica e indiferente ante las vicisitudes existenciales. Poco sorprende entonces que un país como el nuestro aguante jornadas laborales que esclavizan, contratos basura que humillan y un gobierno tirano que tiraniza. La escuela domina y cosifica al individuo. Mientras tanto, la mayoría de afectados centra su debate sobre el tipo de jornada a promover. Por el contrario, considero que la cuestión central radica en discutir sobre el número de horas que un alumno debe permanecer «encerrado». Propondría una drástica reducción de horario escolar (¡la calle educa!), una ampliación del tiempo de recreo y ocio, así como poner el dedo en la llaga: demasiadas similitudes entre la escuela y el ejército, entre las normas de la cárcel y las escolares, como si en vez de escolarización tuviésemos «escolaritarismo».
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