Opinión
Rajoy, año cero
Matías Vallés
El primer aniversario de las elecciones generales de 2012 ha servido para recordar que Rajoy sigue ahí. La celebración es un contratiempo para el presidente del Gobierno, que prefiere pasar desapercibido en la madriguera. «Encerrado en su despacho», según lo describe esta semana el Financial Times, como «un político provinciano que se niega a aceptar la realidad». El diario ultraliberal debería ovacionar a Rajoy por proximidad ideológica, y su sanción acierta al destacar la falta de personalidad por encima de los datos económicos. «El carácter del líder español ha transformado su liderazgo en un fracaso», en castellano en el original y con la versión inglesa de calamity.
Rajoy no consigue un solo perfil positivo de la prensa extranjera, que se ensaña hasta lo ofensivo al retratar al presidente del Gobierno. Curiosamente, el Financial Times forma parte de las instituciones mundiales cuya hostilidad debía virar en redondo tan pronto como el PP ganara las elecciones. El prestigio español rebrotaría espontáneamente tras la victoria de un año atrás, y Luis de Guindos no sería proclamado el peor ministro de Economía de la Unión Europea, de nuevo por sentencia del FT. El responsable de la cartera económica puede convertirse en el primer ejecutivo de Lehman Brothers que repite la gesta del colapso, ahora en una dimensión estatal.
El primer aniversario de la victoria que iba a salvar España será conmemorado con una derrota aplastante en Cataluña, que junto al País Vasco figura entre las comunidades que el PP no ha gobernado ni gobernará. Será la cuarta humillación electoral en las cinco lizas autonómicas disputadas este año, aunque Rajoy se aferra a la victoria en su Galicia natal. Así en España como en Cataluña, el consuelo de los populares se llama PSOE, pero refugiarse en la descomposición socialista equivale al alivio ficticio de quien contempla cómo se precipita al abismo la persona a la que se halla encadenado.
El único capítulo de la acción gubernamental que no admite desfallecimientos es la multiplicación del número de parados, que camina con firmeza por la senda de los seis millones. Rajoy puede convertirse en el primer presidente del Gobierno que ha logrado más desempleados que votantes, por mucho que los portavoces del PP se adentren en la infamia de hablar de «parados de Zapatero». La reforma laboral no sólo ha cebado la desigualdad y ha paralizado el consumo. Rajoy ha envilecido a los empresarios, al seducirlos con resortes de dudosa constitucionalidad que descalabran la tensión laboral en que se basa el progreso económico. Según afirma Wolfgang Schäuble -el mejor ministro de Finanzas según el Financial Times„, «yo sería el primero en aceptar dinero sin responsabilidad».
Rajoy conocía la ineluctabilidad de su victoria desde el 12 de mayo de 2012, cuando Zapatero escenifica el haraquiri de la socialdemocracia en el Congreso. Sin embargo, la evidencia demuestra que el líder conservador no preparó ni una sola medida en dos años de vigilia. El PP lamentaba continuamente que las elecciones de hace un año debieron adelantarse a septiembre. ¿Alguien ha notado la diferencia que justificaba tanta urgencia? Rajoy desarrolló su tácticas dilatorias antes de jurar el cargo. En campaña había declarado a El Mundo que le bastarían seis meses para reflotar a España. Ahora reclama como mínimo otros doce para que se aclare el horizonte. Se ha instalado en el año cero, a riesgo de que permanezca anclado en esa fecha de aquí a un siglo. Bankia demuestra que el actual presidente puede lograr incluso el hundimiento retroactivo de Aznar.
En cuanto a la valoración de Rajoy por la opinión pública, su gestión no aprobaría ni en un sondeo efectuado entre sus ministros. No obtendría un modesto cuatro ni consultando exclusivamente a los votantes del PP. Le cuesta llegar al tres en la mayoría de encuestas, y ya hay cuando menos una que se ha atrevido a situarlo por debajo del mísero dos. Un sondeo circunscrito a Cataluña lo puntuaba con un 0,9 sobre diez, otra marca histórica. El sarcasmo del Financial Times es preferible a la desafección de sus conciudadanos. Como mínimo, en este primer año se le rechaza por sí mismo, y todavía no se ha extendido la convicción de que España se liberó del miembro equivocado del tándem Zapatero/Rajoy. Pese a que la derecha iba a gobernar en cualquier caso, le alcanzaba la responsabilidad de presentar al mejor candidato posible.
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