Opinión
Réquiem por el observatorio de Molina de Aragón
Vicente Aupí
Aquel día de enero de 1952 llamaron al Observatorio de Molina de Aragón desde la sede central del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) en Madrid para preguntarles si se habían vuelto locos. En el parte enviado por la mañana habían anotado una temperatura mínima de 28,2 ºC bajo cero, lo que hizo pensar primero en un error al escribirla. Pero José Antonio Martín Corral, el observador de Molina, ya había contestado que todo estaba en orden en el parte, lo que movió a los responsables de Madrid a llamarle para que se dejara de bromas. Pero la cosa iba en serio: en Molina y otros puntos de las provincias de Guadalajara y Teruel se habían registrado aquella madrugada temperaturas de -26 a -28 que al principio no se creían en las oficinas del SMN. Fue ése, probablemente, el día en el que se confirmó el descubrimiento del llamado polo del frío español, que está en el triángulo geográfico formado por Teruel, Molina de Aragón y Calamocha. Unos años antes se habían creado los observatorios de Molina y Calamocha por su ubicación bajo el pasillo aéreo Madrid-Barcelona, por lo que su puesta en marcha no tenía otro cometido que el de la utilidad aeronáutica. Ahora, en cambio, estas dos poblaciones cercanas entre sí, aunque una en Castilla-La Mancha y la otra en Aragón, ostentan dos de las series climatológicas más interesantes de España, ya que tienen registradas las dos temperaturas más bajas en zonas habitadas de España: -30 ºC en Calamocha el 17 de diciembre de 1963 y los citados -28,2 de Molina el 28 de enero de 1952.
Los siete decenios de observaciones meteorológicas que se han desarrollado allí, además de informar sobre las condiciones meteorológicas del pasillo aéreo, han aportado uno de los más valiosos patrimonios climatológicos, lo que a su vez ha tenido una gran importancia en la investigación y el conocimiento del clima de España. Con mayor o menor apoyo, los observatorios de Molina y Calamocha han sobrevivido a las épocas de vacas flacas, pero ahora la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) „antiguo SMN„ ha dejado fuera de sus previsiones la plaza de observador meteorológico de Molina, lo que supondrá echar el echar el cierre a esta instalación.
A lo largo de su historia la han ocupado personas con cierta vocación de doctor Livingstone, capaces de trabajar en un lugar que nadie quería. Gente con valentía para ir a tomar la temperatura a -28 ºC. Junto a José Antonio Martín Corral hay que mencionar a Juanjo Martín y David Momblona, de quienes ya hablé hace tiempo en estas páginas y que, además, hace unos años montaron un pequeño museo en el observatorio. Cuando llegabas allí te encontrabas un santuario de la meteorología y a un personaje al que algunos le preguntaban bromeando: «El observador de Molina, supongo...».
En fin, la lamentable noticia de la condena de este observatorio es otro de los palos que se ha llevado la comunidad de aficionados a la meteorología en las últimas semanas. Se pueden ajustar los presupuestos en tiempos de crisis, pero hay unanimidad en que existe una serie de observatorios emblemáticos de la red meteorológica española, y entre ellos está el de Molina de Aragón. Aunque la Aemet tenga previsto continuar la toma de datos con una estación automática, se trata de un observatorio que debe contar personal, entre otras razones porque el cambio de instrumental supondría una alteración de los datos de la serie climatológica. Como me recordaba el otro día un colega, de momento estas máquinas no saben si nieva ni el estado del cielo.
A Rusia le cuesta más dinero mantener la estación científica Vostok de la Antártida, en la que se ha registrado la temperatura más baja observada en la Tierra: -89,2 º el 21 de julio de 1983 (en julio es invierno en el hemisferio sur). Y a los americanos les pasa lo mismo con la base Amundsen-Scott, cercana al Polo Sur. En cambio, lo cierto es que a la Aemet le cuesta una risa mantener una plaza de observador meteorológico en Molina de Aragón, llana y simplemente porque el sueldo de los observadores en España no es precisamente de los más jugosos en la función pública, sino todo lo contrario.. Cada vez que pienso lo que cobran algunos de ellos por trabajar en lugares de clima extremo me entran escalofríos.
Quizá el problema es que seguimos sin entender que a la meteorología y la climatología españolas les falta el espaldarazo oficial que tienen en otros países en lo relativo a la investigación. Echar por tierra una serie climatológica de más de 70 años carece de sentido, especialmente si tenemos en cuenta el coste económico que supone. Además, el pequeño museo de Molina debería ser un aliciente más para su supervivencia. Debería estar abierto a las visitas de escolares y grupos, porque si algo ha quedado patente en estos años es que el interés de la sociedad por la meteorología ha aumentado extraordinariamente y, como acreditan los datos de audiencia, los espacios televisivos del tiempo, en un canal u otro, no se los pierde casi nadie. A la mayoría lo que les interesa es saber si lloverá durante un viaje de trabajo o de ocio, o si hará buen tiempo para arreglar el tejado de su casa, pero hay millones de personas que además de necesitar esa información básica de servicio público, tiene un interés especial por la meteorología, por lo que la divulgación de esta ciencia es necesaria, y la historia climatológica de Molina de Aragón es uno de sus grandes capítulos.
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