Se cumple muy pronto el medio siglo del escándalo Profumo, el ministro británico que tuvo una relación sentimental con una corista en Londres, y que se dijo había una motivación de espionaje soviético. El asunto surgió en la primera mitad de la década de los sesenta del siglo XX, cuando el titular de la cartera de de la Guerra en el Gobierno del Reino Unido, John Profumo, estuvo acusado de mantener una relación sentimental con una corista británica, Christine Keeler, la cual, a su vez, se comprobó que también «se entendía» con el miembro de la embajada de la URRS en Londres Yevgeny Ivanov, considerado espía de su país en Gran Bretaña.

Fue un escándalo mundial; el ministro tuvo que dimitir y Christine Keeler cumplió unos meses de condena por haber mentido bajo juramento en un juicio. Pero la verdad es que estuvo muy seguida de cerca por funcionarios de su país, y hasta emigró momentáneamente para evitar ser asediada por los medios informativos británicos.

Pero aquí viene lo interesante para nuestra tierra. Y es que, si bien en el Reino Unido dijeron que había salido de viaje a lugar desconocido, en la redacción del diario Levante tuvimos noticia de que había aterrizado en Manises y tomado unos taxis „junto con otros acompañantes„ en dirección a la costa sur de la provincia.

El entonces director del periódico, el inolvidable Adolfo Cámara Ávila, indicó a este cronista, joven redactor entonces, que buscara un fotógrafo „el titular, Luis Vidal, se encontraba de viaje„; y localizamos a Pedro Fuentes, un reportero gráfico que vivía en los poblados marítimos, y con él empezamos la aventura de buscar en hoteles del Saler para el sur; en Cullera dimos muchas vueltas, sin conseguir nada; pero fue en Gandia donde supimos, ya pasadas las dos de la madrugada, que allí estaba la expedición alojada. Pudimos conocer la identidad de los británicos llegados „eran varios hombres los que acompañaban a la Keeler y otra dama amiga de ella„, los cuales habían encargado que a las cinco de la mañana les despertaran, pues tenían que tomar el avión.

Pacientemente, esperamos en el vestíbulo; pudimos conocer „chismorreo periodístico„ lo que habían consumido en el restaurante durante la cena, y a la hora solicitada fueron despertados y descendieron las dos mujeres „Christine y acompañante„ más cinco o seis varones que las rodearon y se interpusieron, casi amenazantes, cuando vieron una cámara fotográfica, por lo que con una chaqueta cubrieron la cabeza y rostro de la acusada de espionaje soviético para que no la captaran.

Nuestro acompañante fotógrafo se asustó con las amenazas, y salimos a la puerta, donde pudimos ver a una pareja de agentes de la Guardia Civil, a los que explicamos lo que ocurría. Entraron muy solícitos en el hotel, y pidieron identificarse documentalmente a todos los presentes. Para que se viera que se reconocía a todos, primero nos pidieron la documentación a nosotros dos y a continuación a los británicos. Como mostraron sus pasaportes, los agentes comprobaban las fotografías con el rostro de los titulares, y cuando llegaron a la dama que cubría su cabeza con una chaqueta, exigieron que mostrara la cara para ver que, efectivamente, era la titular del documento. Y esa circunstancia fue la que aprovechó el gráfico para captar a la popular Christine Keeler.

El grupo británico partió en dos coches hacia el aeropuerto; y nosotros regresamos a la redacción para redactar nuestro informe. En el periódico, entonces situado en la calle del Pintor Sorolla, se nos hizo la media mañana sin haber dormido; y el bueno de aquel director nos dijo lo siguiente: «¡Hala! Vete, que te lo has ganado. Tómate ahora dos días libres, para recuperarte de esta noche».