Opinión

Dios entra en la materia

Javier Morán

Se ofrecen mayores desafíos encarados por Benedicto XVI en La infancia de Jesús, recién publicada, que en sus dos obras anteriores, la de 2007 sobre la vida pública de Jesús, y la de 2011 acerca de su pasión, muerte y resurrección. Por un lado, los relatos de la pasión y muerte contienen numerosos elementos históricamente probados y así admitidos por la mayoría de los estudiosos exegetas de las Escrituras, y lo mismo cabe decir de la actividad pública de Jesús. Respecto a la resurrección, se da en el Nuevo Testamento un conjunto de testimonios de la época coincidentes en la experiencia de unos testigos junto a un hombre que consideran muerto y resucitado. En efecto, la resurrección como hecho histórico, inmanente y trascendente, humano y a la vez divino, abre un abanico de interpretaciones exegéticas que pivotan sobre dos polos de debate: la imposibilidad de definir ese hecho con conceptos y palabras humanas, o su afirmación como hecho dentro de la historia humana. Benedicto XVI defendía esta última visión.

Sin embargo, los relatos sobre la infancia de Jesús han cosechado un mayor número de estudios exegéticos que los califican de elaboraciones teológicas o incluso de narraciones míticas o legendarias. Pero una vez más Benedicto XVI se encara con la exégesis, que nunca ha obviado en sus libros, y trata de contrarrestar razonadamente las visiones más mitologizantes.

De hecho, La infancia de Jesús (editorial Planeta, 138 páginas), reposa sobre dos grandes pilares que levanta Benedicto XVI: primero, no hay por qué creer que los evangelistas pretenden engañar al lector; y segundo, o se cree que Dios actúa en la materia o nada de la fe cristina tendría fundamento.

Casi al final del libro, Ratzinger reconoce que «en los últimos 50 años se ha producido un cambio de opinión en la apreciación de la historicidad que no se basa en nuevos conocimientos de la historia, sino en una actitud diferente ante la Sagrada Escritura y al mensaje cristiano en su conjunto». Este ha sido siempre el gran caballo de batalla del Papa teólogo, que llega a reconocer algo más cuando trata en su libro del relato de los magos de Oriente: «Ahora incluso exegetas de orientación claramente eclesial, como Nellessen o Rudolf Ernst Pesch, son contrarios a la historicidad, o dejan abierta la cuestión».

Esta confesión del Papa es pura dinamita. No es un problema de los exegetas de la Teología liberal alemana o estadounidense, católicos o protestantes, en los que puede predominar el escepticismo metódico; es que el problema está dentro de casa „como quien dice„, porque hay dudas sembradas por estudiosos no disidentes ni discrepantes con las afirmaciones del catolicismo. Ante ello el papa responde de dos modos. Cita primero a Jean Danielou „«la adoración de los magos no afecta a ningún aspecto esencial de la fe», aunque él si creía en su historicidad„, y después añade, citando a Klaus Berger, que «aun en el caso de un único testimonio€, hay que suponer, mientras no haya pruebas en contra, que los evangelistas no pretenden engañar a sus lectores, sino nárrales los hechos históricos€ Rechazar por mera sospecha la historicidad de esta narración va mas allá de toda competencia imaginable de los historiadores». Ratzinger añade: «No puedo por menos que concordar con esta afirmación».

Pero, ¿cómo ha articulado Benedicto XVI esto a lo largo de su breve libro? En primer lugar, reconociendo que, por ejemplo, cuando Mateo y Lucas exponen la genealogía de Jesús se da una "estructura simbólica en la cual aparece la posición de Jesús en la historia", es decir, que el Papa no se ciega ante elementos elaborados teológicamente. En segundo lugar, admitiendo que ante frases como la de María al recibir la anunciación de que: «¿Cómo será eso pues no conozco varón?» (Lc, 1, 34), «la exégesis moderna no ha encontrado una respuesta convincente» y «el enigma de esta frase „o quizás mejor dicho: el misterio„, permanece». Pero, una vez admitidas restricciones de ese tipo, Benedicto XVI da pasos al frente. Es el caso de la afirmación del Evangelio de Lucas sobre la reacción de María ante su maternidad y lo que presencia en la infancia de Jesús. ¿Por qué no debería haber existido una tradición como ésta, conservada y a la vez modelada teológicamente en el círculo más restringido? ¿Por qué Lucas se habría inventado la afirmación de que María conservaba las palabras y los hechos en su corazón, si no había ninguna referencia concreta para ello?

La existencia de una tradición familiar, de una memoria de la familia de Jesús, al igual que una memoria de quienes siguieron a Jesús, es uno de los puntos de giro en ciertos exegetas actuales, como es el caso de James D. G. Dunn en su libro Jesús recordado, ampliamente alabado por la crítica. Ratzinger no cita a Dunn, o a Meier, o a estudiosos estadounidenses que pertenecen a esta corriente, porque en este libro se ciñe a la bibliografía europea.

No obstante, dicha tradición familiar sobre María, reconoce el autor, es «especialmente tardía», pero «tiene su explicación en la discreción de la madre y de los círculos cercanos a ella: los acontecimientos sagrados en el alba de su vida no podían convertirse en tradición pública mientras ella aún vivía». Por ello, al Papa le «parece normal que sólo después de la muerte de María el misterio pudiera hacerse público y entrar a formar parte de la tradición común del cristianismo naciente». Hay algo de petición de principio en estas líneas del Papa, pero nuevamente no estamos ante un texto doctrinal de la iglesia, sino ante las reflexiones de un teólogo Papa. Otro paso al frente que da Ratzinger es acerca de «la concepción de Jesús por obra del espíritu Santo en el seno del Virgen María. ¿Es una realidad histórica, un acontecimiento verdaderamente histórico, o más bien una leyenda piadosa que quiere expresar e interpretar a su manera el misterio de Jesús?». Benedicto XVI no esquiva entonces que estudiosos como Norden o Dibelius hicieron «depender el relato del nacimiento virginal de Jesús de la historia de las religiones». Así, se comparó dicho hecho cristiano con «la generación y el nacimiento de los faraones egipcios», o con «textos procedentes del ambiente grecorromano, que se creían poder citar como modelos paganos de la narración de la concepción de Jesús: la unión entre Zeus y Alcmena, de la que habría nacido Hércules; la de Zeus y Danae, de la que nacería Perseo, etcétera».

Sin embargo, Ratzinger niega los paralelismos porque en los Evangelios «se conserva plenamente la unicidad de Dios y la diferencia infinita entre Dios y la criatura. No existe confusión, no hay semidioses. Jesús nacido de María es totalmente hombre y totalmente Dios, sin confusión y sin división, como precisará el Credo de Calcedonia del año 451».

Y ya en el centro del libro (tanto en paginación, la 62, como en sentido simbólico), y citando a un teólogo protestante, Karl Barth, Ratzinger afirmará que «hay dos puntos en la historia de Jesús en los que la acción de Dios interviene en el mundo material: el parto de la Virgen y la resurrección del sepulcro». Esto ha sido «escándalo para el espíritu moderno», pues a Dios «se le permite actuar en las ideas y los pensamientos, en la esfera espiritual, pero no en la materia». Sin embargo Dios no actúa sobre la materia de modo «irracional e incoherente, sino precisamente en algo positivo: el poder creador de Dios abraza a todo ser (€). Si Dios no tiene poder también sobre la materia, entonces no es Dios».

Otros asuntos aborda Ratzinger en su libro, algunos muy comentados: el buey y el asno junto al pesebre, la estrella y los magos de Oriente, o el paralelismo entre Jesús y el emperador Augusto (aun con la divergencia entre la pax romana y la pax Christi), pero nada iguala en potencia teológica, y a la vez en interrogantes, al núcleo del libro de Ratzinger: Dios actúa en la materia.

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