Opinión
Blas de Lezo: el héroe olvidado
Blas de Lezo (1687-1741) fue uno de esos grandes marinos que ha dado a España el País Vasco. Intrigado por su figura „en sus batallas perdió el ojo izquierdo (en la defensa de Tolón) y luego la pierna del mismo lado„, lo que le valió los motes de «Pata de Palo» y «Medio hombre»„, busqué en vano una biografía suya en toda suerte de librerías hasta que finalmente encontré un ejemplar de una ya descatalogada. Escrita por José Manuel Rodríguez, se titula El almirante Blas de Lezo. El vasco que salvó al imperio español (Áltera). Su vida es realmente apasionante. Se le encargó de la práctica del corso contra los barcos enemigos angloholandeses tanto en el Mediterráneo como en la costa Atlántica. Peleó contra la flota anglo-holandesa comandada por el almirante Rooke y perdió su pierna izquierda como consecuencia de un cañonazo en 1704 a raíz de la captura de Gibraltar.
Participó en el bloqueo del puerto de Barcelona ya como capitán de navío durante la guerra de Sucesión y quedó entonces inútil su brazo derecho. Se incorporó en 1716 a la escuadra del almirante Fernando Chacón y se dedicó al transporte de la plata recuperada de dos galeones naufragados en el canal de las Bahamas para traerla a Cádiz. Recibió el mando de la escuadra del Mediterráneo, participó en la reconquista de Orán, que habían ocupado turcos y berberiscos y se encargó del abastecimiento de las plazas argelinas. Y sobre todo tendría un papel muy activo en la defensa de los intereses españoles frente a Inglaterra y su South Sea Company, la cual exigía que el mar de las Indias quedasen libres para sus intereses comerciales, se dedicaba con frecuencia al contrabando y no pagaba los impuestos exigidos por las autoridades españolas.
En 1739, el monarca inglés Jorge II declaró la guerra a España y permitió la actuación de los corsarios ingleses en todos los mares contra el imperio español. En su condición de comandante de la plaza de Cartagena, pieza clave de la ruta de la plata del Perú, Blas de Lezo ordenó su defensa por mar y tierra.
La organización de la defensa española se centró en la fortificación de esa y otras dos plazas estratégicas, ambicionadas también por los ingleses: Veracruz y La Habana.
El almirante inglés Edward Vernon logró por aquel entonces capturar Portobelo, en Panamá, débilmente defendida por los españoles y, envalentonado, invitó a Lezo a rendir Cartagena.
Creían los ingleses que los criollos iban a ponerse de su parte, convencidos de las ventajas del libre comercio que proponía Londres frente al monopolio comercial y las restricciones al libre comercio que imponía la metrópoli.
Vernon sentía un gran desprecio por los españoles, según se desprende de su correspondencia, y no llegó a imaginarse la enconada defensa con que iba a encontrarse. El almirante inglés reunió en enero de 1741 en Port Royal (Jamaica) la que algunos llaman la más formidable armada que jamás se vio en el Caribe: treinta buques de guerra, un centenar de transportes con más de más de 23.000 soldados, 4.000 reclutas de Virginia a las órdenes de Lawrence Washington, hermanastro del fundador de la Unión norteamericana, y una fuerza de artillería de 2.070 cañones, para poner con todo ello sitio a Cartagena.
Blas de Lezo disponía a su vez para la defensa de la plaza de cuatro navíos de línea y la guarnición permanente de unos 1.100 soldados veteranos, otros 400 reclutas sin experiencia, 600 milicianos criollos y 600 regulares, negros libres y mestizos, más 600 marinos y artilleros de los barcos: en total algo más de 3.000 hombres. Tras los primeros ataques triunfantes contra varias fortificaciones, Vernon hizo una entrada triunfal en la bahía y celebró prematuramente el «éxito glorioso» que le había concedido «Dios todopoderoso». La noticia de la supuesta toma de Cartagena viajó rápidamente a Londres, donde se acuñaron monedas celebrando la captura de esa ciudad y de Portobelo, entre ellas una que mostraba a Lezo arrodillado ante Vernon.
Pero el inglés no sabía lo que aún le esperaba: la defensa a sangre y fuego de los españoles, unida a las propias dificultades del terreno„ ciénagas y marismas„ y a las enfermedades como la fiebre amarilla y la disentería que se cebarán en los británicos y los soldados norteamericanos y jamaicanos que los acompañaban.
El castillo de San Felipe de Barajas, defendido por 500 soldados veteranos, se mostró inexpugnable. Los invasores perdieron 19 navíos de línea, 27 transportes de tropa y 4 fragatas, y los barcos que les quedaron se convirtieron en hospitales flotantes.
Según un testigo inglés, los atacantes sufrieron 18.000 bajas „la mitad en combate y el resto, como consecuencia de enfermedades„ y los españoles como mucho, 200. «Si hubiéramos triunfado, habríamos colocado todo el Caribe bajo dominio inglés», escribió ese testigo, John Pembroke.
Vernon regresaría a Inglaterra, donde pese a su humillante derrota, allí silenciada oficialmente „se prohibió la publicación de todo lo que refiriese a la derrota infligida por los españoles„fue recibido con honores.
Blas de Lezo moriría en 1741 a los 52 años de edad como consecuencia de las heridas sufridas en los combates librados en el castillo de San Luis. Y mientras que los restos de Vernon reposan en la abadía londinense de Westminster, nadie sabe dónde encontró sepultura el almirante español aunque se cree que fue en una capilla anexa al convento de San Francisco, en la ciudad desde la cual salvó al imperio español.
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