Opinión
Un país plural
Cataluña no es schmittiana. Es pluralista. No se ha roto en dos, en amigo y enemigo, en independentistas y en españolistas, en plebiscitarios e institucionalistas, en defensores del estado de excepción y de la letra de la ley. Todavía más: en las elecciones con la participación más elevada, Cataluña ha castigado duramente a CiU por llevarla por ese camino, tan contrario a su historia y a su sentir profundo. Cataluña ha acudido de forma masiva a votar, y cuando va más gente a las urnas se obtiene más pluralismo. Esta es una gran noticia. Cataluña es plural, heterogénea y lista. Y es una gran noticia para España. Cataluña ha ofrecido una más de las muchas lecciones de civismo, juicio y responsabilidad que ha dado en la vida democrática a España entera. Por fin, quizás estamos en el camino de ser una sociedad liberal, y no en el más arcaico de una regresión a las homogeneidades nacionales. Pluralismo de la división de poderes, celebraba yo la semana pasada, hablando de Odo Marquard. Hela aquí, en acto. El presidente Mas ha perdido su apuesta por la política absoluta y por el monoteísmo.
Muchos crecen, sobre todo los pequeños, otra buena noticia para el pluralismo. Sufren los partidos con aparato, como el PSC y CiU, y gana la gente nueva, la carne fresca. Se admira la capacidad de Esquerra de reinventarse en cada generación, lo que muestra que es un partido de profundas raíces en las gentes catalanas. Su éxito es también el de la sinceridad, la coherencia y la fidelidad, todo ello ajeno por completo al oportunismo que ha manifestado Mas. Pero también gana Ciutadans, que se lleva la mayor parte de los votantes no independentistas que se han asomado a las urnas. Ganan los anticapitalistas de CUP, un partido que recoge la izquierda radical, aquella que se mueve en la calle y deja ver a sus jóvenes líderes por fin visibles. Este es el camino para no confundir de forma ligera manifestaciones con ciudadanía. En suma: el bloque independentista apenas tiene la mayoría absoluta con tres diputados, una muy escasa renta para llevar al país hacia un camino forzado. Si contamos porcentajes de votos, todavía no llegan a la mitad del electorado. En Barcelona y su provincia, de forma decidida, no hay mayoría independentista. Con esta exigua mayoría, el primer sacrifico o revés en el camino de la independencia, el primer programa impositivo para dotarse de instituciones de Estado, como un ejército o un aparato diplomático, haría tambalearse todo el programa.
No hay paliativos. El proceso que había emprendido Mas requería de un hombre con carisma excepcional, no de un gobernante bien instalado en el poder. El carisma se tiene, no se solicita ni se implora. Mas no es ese hombre y nadie sabe cuál va a ser su futuro político. Esto deja a Oriol Pujol a la intemperie. Entonces podremos verificar otra ley política: que el carisma tampoco se hereda. Un tótem simbólico siempre es una figura paterna. En suma, Cataluña mantiene las opciones políticas propias de un país que tiene juicio político suficiente para saber que estas elecciones eran una operación encubridora. Llamé a Mas un Benito Cereno. Quise decir que operaba más bien preso que por elección. Estaba preso de un dilema. Tenía que entregarse de forma clara al PP para apoyar su política de recortes, o entregarse al programa de ERC para huir hacia adelante y ponerse al frente de la marea que Esquerra había venido moviendo en el subsuelo catalán desde tiempos del fracasado Estatut. La gente lo ha visto claro. Muchos le han echado en cara a Mas los recortes que pactó con el PP y muchos más han visto que estaba intentando colonizar a los votantes de Esquerra, por lo que han decidido darle la espalda. Así ha quedado claro que era un Benito Cereno, y esto se descubre en el sencillo hecho de que sigue preso de los mismos dilemas que tenía antes de convocar estas elecciones.
Todo queda igual, pero nada es lo mismo. Ahora, Mas tiene que empezar de cero con las naves quemadas respecto al PP, una novia desairada pero que todavía espera ocasión de rehabilitarse en su catalanidad. En todo caso, Mas está condenado a ser lo que no quería ser, un gobernante normal, y la contrariedad se le notó en la primera comparecencia pública tras los resultados. Las elecciones le han devuelto a la realidad de la que quería huir. Y tendrá ante todo que pactar un presupuesto sin disponer del último recurso que puso en marcha el tripartito, los bonos patrióticos. ¿Va a encontrar socios para una política de recortes? Sin duda, las fuerzas políticas catalanas van a forzar a los partidos independentistas a que ellos gestionen la crisis. Pero quizá no olvide ERC tan pronto que Mas pretendía la mayoría absoluta a su costa. Así que en el complicado caso de que ERC lo apoye en los presupuestos, le va a pedir „como ya dije en anteriores semanas aquí„ que cambie recortes por pasos decididos hacia la independencia. Pero aquí Benito Cereno vuelve a emerger. ¿Cómo llevar a la vez una política de recortes y de independencia? ¿Cómo hacerlo sin que independencia pase a significar pobreza, incluso antes de echar a andar? ERC puede tener la tentación, con este resultado, de que todo se lo coma Mas, y ver cómo se desangra con una política de recortes y de negociaciones humillantes con España para respirar, mientras los republicanos se limitan a la denuncia y a intensificar su política de nítida ruptura, dando así cumplida respuesta a las pequeñas burguesías catalanas que no quieren saber nada de los grandes razonamientos de realismo político.
Este juego sería peligroso para las ilusiones independentistas. Porque si ERC deja sola a CiU, puede poner en cuestión su patriotismo. Pero si lo apoya en un bipartito, puede correr un riesgo real: que es más fiable en la oposición desinhibida que como fuerza de gobierno. En todo caso, el PSC quedará fuera de este juego, a cubierto, y quizá esté en condiciones de perfilar de forma adecuada su idea política para ser reconocido como aquello que quiere ser: un partido que apuesta por un Estado federal de unidad de pueblo español y de pactos constituyentes, capaces de satisfacer las históricas reivindicaciones catalanas, no las enojadas y aventureras que hemos conocido estos días. En todo caso, falta por saber si Esquerra quiere la independencia porque está indispuesta con la forma Estado, que para ella es sencillamente España, y está sobre todo orientada por el corazón anarquista de la pequeña burguesía, o quiere de verdad la independencia para disponer de un Estado propio. Lo que resulta evidente es que el electorado de CiU no ve claro en este horizonte. Y es que no lo está. Ahora Mas y los suyos están obligados a echar algo de luz en todo este embrollo. Y no será fácil.
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