Opinión

El parto del federalismo

Ni el soberanismo de Mas ni la recentralización del PP. Las elecciones catalanas han «españolizado», y acaso internacionalizado, otro sujeto histórico, asustadizo y escondido hasta el momento, que ha explosionado en el nuevo mapa por la vía intermedia del acoso de los contrarios: el federalismo. La paradoja es que sobre su lecho ha sucumbido el PSC, como la madre que protege a sus hijos hasta su último sacrificio ritual. El PSC -y por aquí, Ximo Puig- ha contemplado su propia muerte a fuerza de alumbrar a la nueva criatura, esa que ya está inoculada en el discurso político español y que acabará atravesando las Españas, al tiempo. ¿Es que tiene otra salida Mas que la de acogerse a esa vía, radizalizándola o exprimiéndola? ¿No pertenece a la misma familia de aquella que fue aniquilada tras el fracaso del Estatut ante el Tribunal Constitucional, la oposición en los tribunales del PP y la panfilia de Zapatero, que permitió su derrota tras elevar la España plural a consigna civilizatoria? El soberanismo se ha extinguido y ha regresado otra marca -el federalismo- ante el vacío político que ha dejado Mas y la trabucaire empresa recentralizadora del PP, incapaz de capitalizar el voto españolista cuando el contexto le era más favorable: la polarización de Mas dejaba campo libre para operar sobre su antítesis. Ni siquiera así se ha elevado el PP, sombreado por el triunfo de Ciutadans. ¿Por qué tanta alegría en esas filas? Por una combinación biológica que a su vez imposibilita su desarrollo: su felicidad es la de Rajoy, es decir, que otra vez se equivocan, pues actúan de nuevo en el papel de comparsa. Las clases medias catalanas están con CiU, de modo que el PP no encuentra el mismo espacio que posee en el territorio español. Todos los líderes que han ensayado en Cataluña se han enfrentado al mismo muro: desde Quadras a Sánchez Camacho.

En la otra orilla, los flujos de votos forman bloques compactos. En 2003, ERC ganó 10 escaños y CiU perdió 11. En 2006, CiU ganó dos y ERC perdió dos. En 2010, CiU ganó 14 escaños y ERC perdió 11. En 2012, CiU ha perdido 12 y ERC ha ganado 11. Entre la copia y el original, Cataluña ha optado por lo segundo. CiU ha sido un partido pactista, cuya tradición de pilar del Estado -uno de sus más sólidos con Pujol- es incontrovertible. Su salto hacia la independencia, por esas jugadas de la historia, lo ha capitalizado ERC, que se ha mantenido a resguardo, capeando el temporal.

Con todo, el fracaso de Mas puede ayudar a Fabra. Al presidente valenciano hace falta que lo exciten, porque mantiene un perfil muy bajo: de mero gestor. Si Mas retorna a su alma primigenia -que es la tradicional de CiU, donde el soberanismo era una postal más del catálogo- y genera un nuevo espacio para reivindicar sus déficits históricos, entre ellos el de la financiación, Fabra puede salir beneficiado por el rebote. Si asciende por el camino del concierto, alguna migaja también le caerá desde el océano del agravio.

En el programa político español ha irrumpido el federalismo, aunque la madre, el PSC, haya quedado fulminada ante la brutalidad del parto de la nueva/vieja criatura. Las aportaciones al «problema de España» y las competiciones electorales nada tienen que ver. El federalismo, que alimenta aquí Ximo Puig, ha comenzado su itinerario como un ente suprapolítico para posarse sobre las formaciones políticas moderadas. Tarde o temprano, lo hará.

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