Opinión
Rajoy respira otra vez
Luis Muñiz
Además de un rompecabezas irresoluble -hoy por hoy- ni siquiera con geometría variable, las elecciones catalanas han sido un nuevo balón de oxígeno para Rajoy, ese hombre empeñado en presentar los dictados de Merkel -austeridad y empobrecimiento- como si fuesen las juiciosas manifestaciones de un hombre de a pie.
En los sucesivos test electorales a los que se ha sometido desde su llegada al poder, el PP ha recogido de las urnas más respaldo que rechazo. No se puede decir que Rajoy haya salido indemne, porque ha sufrido pérdidas, pero, con la que está cayendo, el balance cosechado hasta ahora no es desdeñable.
Claro que los populares empezaron perdiendo en Andalucía unas elecciones que tenían ganadas. Ganar las ganaron, pero no con el suficiente margen como para impedir una alianza entre PSOE e IU. Esa mayoría absoluta se le escapó a Javier Arenas. En su descargo hay que decir dos cosas: que las andaluzas del 25 de marzo fueron la primera prueba que pasó en las urnas la política de recortes sin tasa de Rajoy -en realidad el aperitivo de lo que iba a venir- y que la comunidad es el mayor feudo del PSOE.
Ese mismo día, fue malo también el resultado del PP en Asturias, donde la escisión de Foro propició el regreso de los socialistas al Gobierno, apoyándose en sus socios preferentes, IU y UPyD.
Ahí, se diría, Rajoy tocó fondo, porque, desde entonces, todo le ha ido bastante mejor. El pasaso 21 de octubre llegaron dos tests electorales más: el País Vasco y Galicia. En el primero, Antonio Basagoiti perdió 3 de sus 13 diputados, una merma que puede achacarse a dos razones objetivas: una, que el PP había sido el soporte del PSE-EE de Patxi López, que encabezó el primer Gobierno vasco sin presencia de nacionalistas; y dos: que los comicios se celebraron en un clima soberanista estimulado por el adiós a las armas de ETA.
Galicia fue un paseo para Núñez Feijóo, quien, con crisis y recortes encima, no se limitó a salvar los muebles, sino que revalidó su mayoría absoluta y la amplió.
Y luego llegó Cataluña, donde el clima, enrarecido por el desafío soberanista y las acusaciones de corrupción contra Artur Mas, hacía temer un resultado sorprendente. Y lo fue hasta cierto punto. Ganó CiU, pero con una amarga victoria sustanciada en la pérdida de 12 diputados y 90.489 votos.
En conjunto, ganaron los partidos pro consulta, y el PSC, en medio de éstos y los que no la quieren, se descalabró otra vez. ¿Y el PP? Pues volvió a respirar, porque sacó un diputado más -y ya son 19-, mejorando su ya exitoso resultado de 2010. Un dato, en números netos, revela hasta qué punto mejoró: cosechó 84.131 votos más que hace dos años, casi tantos como perdió CiU: 90.489.
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