Opinión
Buena voluntad
Jesús Civera
En el inverso mundo de Bradley, el nacimiento precedía a la muerte, la cicatriz a la herida y la herida al golpe. El patrón de la CEV, Salvador Navarro, parece haber salido de algún percance metafórico con base en ese mundo irregular. Dice Navarro, confiado y quizás convencido: «La marca del Banco de Valencia es importante, pero el tema fundamental es que el centro de decisiones esté aquí». Es una exótica antelación de lo imposible. Cuando Bancaja se fue a hacer gárgaras, hace ya algún tiempo, el aparato político/económico valenciano se las prometía, pese a la hecatombe, muy felices. Entonces se esgrimió un doble discurso. Por un lado, las entidades financieras que poblaban las Españas estaban igual o peor. Por otro, no todo se había perdido: las decisiones aún saldrían de aquí y la sede continuaría en Valencia. Brindis patrióticos de soberbias gramaticales y de realidades posteriores funestas. El placebo consistía en un artificio: hoy solo se contemplan las ruinas de la devastación. Bancaja se esfumó, como la CAM, víctimas de la economía desbocada que consintió la clase política, de Aznar a Zapatero, de Zaplana a Camps (tres del PP por uno del PSOE). ¿Acaso La Caixa, en contra de la práctica bancaria más elemental, regala al paisanaje lo que el paisanaje pide o necesita? Más allá del bosquejo idílico de Navarro „o el de Camps anterior„ la experiencia fulmina cualquier pretensión de camuflaje o de ingenuidad. Barberá llamó a Fainé a Barcelona y desde Barcelona se pilota esa magna nave, próspera y al parecer feliz. Todo lo demás son tonterías o falseos falaces para oídos múllidos.
La Caixa es la columna nerviosa del poder catalán, que se incrusta en el Estado y fuera de él. El poder político de Mas y los suyos se ha desmoronado en parte; el económico refulge como siempre. Los valencianos, de empresas insolventes, también hemos perdido esa guerra. El «poder valenciano» que fomentaba Zaplana o era económico o no era nada, dado que la política es una terminal versátil, dócil y un punto subalterna. La de aquí, además, puede inspirar un carnaval. Su peso es „ha sido„ gallináceo, como es sabido. Sin política y sin armadura económica, queda llorar la colosal pérdida. Ante los restos desperdigados, el remedio de Navarro tampoco sirve. Aires gentiles contra la descarnada realidad.
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