Opinión

Un estado, dos capitales

Manuel López Estornell

Los resultados de las elecciones catalanas no han satisfecho las expectativas soberanistas de Convergència i Unió (CiU). Tampoco la de quienes, como los Socialistes de Catalunya, ofertaron lo que pretendía ser una tercera vía, catalanista y federalista. Las tendencias predominantes en el electorado han conducido a un trasvase de votos, desde CiU hacia ERC, y desde el PSC a un espectro plural del que participan, previsiblemente, los representantes de Ciutadans y de Iniciativa per Catalunya.

El aumento de la participación ha puesto de manifiesto que, ante la independencia, se han movilizado quienes, con mayor nitidez, le insuflaban apoyo o rechazo. Una simpatía con las identidades genuinas a la que se ha sumado el desafecto que, al conjunto de las voces progresistas, les ha merecido la acción de gobierno de la Generalitat. Que su presidente haya cometido un error de notables proporciones en su búsqueda de una amplia mayoría de apoyo no puede aislarse, pues, de la actual situación económica. Sus consecuencias abonan un profundo rechazo hacia quienes aparecen como entusiastas en el estrujamiento de los servicios del Bienestar. En ese terreno, el president Mas ha aparecido como un alumno aplicado: quizás, porque los niveles acumulados de endeudamiento no le permitían gran margen de maniobra; pero tampoco queda descartado que sus iniciativas buscaran la atención de cierta Europa que, en la etapa que vivimos, otorga respetabilidad a los gobiernos en directa proporción a los sacrificios que éstos imponen a amplísimas capas ciudadanas.

En el caso del PSC, puede que todavía se mantenga viva la memoria de su apoyo a un gobierno socialista del que, pese al tiempo transcurrido, se recuerdan sus decisiones „y omisiones„ en la gestión de la crisis. Pero la oferta del federalismo tampoco queda al margen de los magros resultados obtenidos por el PSC. Más aún cuando no se ha precisado su contenido, cómo se visualizaba. La abstracción del término federalismo difícilmente alcanzaba a competir con mensajes electorales tan rotundos como la independencia de Cataluña o la unidad de España.

Y ahora, ¿qué? Toca rehacer los puentes del diálogo entre los gobiernos y las fuerzas políticas de España y Cataluña. Constituiría un error de inmensas proporciones concluir que la debilidad de CiU significa que el soberanismo no era más que un fogonazo efímero. Error, asimismo, sería que el nuevo gobierno catalán no tuviera presente que sortear la actual debilidad internacional de España forma parte de sus deberes y no de sus ventajas tácticas. Erróneo y miope resultaría que se sacara en procesión al Cid Campeador o se afilara la espada de Sant Jordi.

¿Cómo lograr que las caras de Jano se contemplen? Puede ser una respuesta idealizada y paradójica, pero cabe plantearse una idea de federalismo que conduzca a un Estado „España„ con dos capitales: Madrid y Barcelona. Barcelona como capital económica de España, conservando Madrid su rol de capital política y asiento de las principales instituciones del Estado con la salvedad del Senado. Una Barcelona que sería, pues, la sede de éste „como ya planteaba Pasqual Maragall„ y de la mayor parte de los centros gubernamentales económicos „agencias y organismos„ cuya nueva localización concedería a España una capital marítima y mediterránea; una capital próxima al resto de Europa, especialmente idónea para impulsar y atraer vínculos de modernización e integración económica con el sur y el centro de Europa; un lugar en el que emplear su rico capital humano en beneficio de la España plural, solidaria y solvente. Una plaza permanente para que el catalanismo reformador y el españolismo dialogante se encuentren sin ignorarse. Un proyecto a desarrollar en un plazo de 10 ó 15 años para minimizar su impacto directo e indirecto.

¿Utópico? Puede, pero no tanto en tiempos de videoconferencias, redes telemáticas y trenes de alta velocidad. Tampoco cuando se piensa en el precio de la tensión territorial y de las energías que se consumirán si se intensifica el desencuentro de España con la primera de sus regiones económicas. Ni España ni Cataluña pueden permitirse que sigamos retrocediendo hacia la década perdida „llevamos ya un lustro„ o inaugurando ahora una década más: la de las amputaciones políticas detonantes de shocks económicos gravísimos.

¿Contrapartidas? También. De una parte, la leal cooperación de Cataluña en lo que sea materia del Estado y de corresponsabilidad en lo que le sea específico como comunidad autónoma. De otra, compartida con Madrid: la plena aceptación de que la construcción del federalismo español incluye la participación de todas las restantes comunidades, con el acento puesto en un modelo de financiación ecuánime y el ensanche de la colaboración institucional frente a la indeterminación competencial. La aceptación, asimismo, de que se mantendrán vivos los circuitos que cohesionan al conjunto de comunidades y ciudadanos. De que se vivificará la codecisión estatal-regional en los asuntos europeos y en las restantes materias que precisan el alcance de un criterio común. De que la España bicapitalina será heredera de lo mejor de las tradiciones, logros y aspiraciones de una larga historia compartida y en común, permanente construcción.

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