La lectura de dos libros con títulos muy diferentes han ocupado buena parte de mi ocio navideño, dos libros que han resultado ser complementarios porque, a pesar de la diferencia aparente de su temática, estudian el problema fundamental del quehacer humano, como es la persistencia y en algunos casos el incremento de la desigualdad social.

El primero, «La Huerta de Valencia. Un paisaje cultural con futuro incierto» es una reciente publicación de la Universitat de València (2012), coordinada por los profesores Joan Romero y Miquel Francés, reúne en sus once capítulos los estudios y reflexiones más interesantes que he leído hasta ahora sobre uno de los paisajes culturales del Mediterráneo: la Huerta de Valencia y los cuarenta y cuatro municipios que la integran.

El segundo libro, «Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza» (2012), del que son autores los profesores Robinson y Acemoglu de Harvard y MIT respectivamente, es la más lúcida reflexión sociohistórica, económica y política que he leído sobre el continuo fracaso, a lo largo de su historia, de tantos países en ese universal deseo de crear riqueza y prosperidad en sus territorios para el conjunto de la población que los habita. Reflexiones que nos ayudan a comprender mejor las conclusiones a las que llegan los autores del primero de los libros de por qué se está agotando el tiempo de propuestas para preservar ese espacio excepcional que es la Huerta de Valencia como una de las grandes huertas metropolitanas europeas.

Y es que sin una clara, contundente y urgente legislación que la proteja, la Huerta corre el riesgo de desaparecer, de degradarse hasta el punto de hacerla irreconocible, sucumbiendo al impulso urbanizador. Un impulso por ahora desactivado por el estancamiento de la construcción que ha seguido a la crisis de 2007 de la burbuja inmobiliaria, pero que puede reactivarse dentro de unos años si no se aprueba en las Corts un Plan de Acción Territorial específico, que impida que el suelo agrícola todavía existente, se convierta en suelo urbano en las tres próximas décadas, cuando el nuevo ciclo económico expansivo que tarde o temprano resurgirá, haga de la construcción una vez más el principal y absorbente motor del crecimiento económico con las suculentas y obscenas plusvalías que suelen acompañar a la reclasificación del suelo agrícola en suelo urbano. Unas plusvalías de las que se apropiarán una vez más las elites políticas, empresariales y financieras dominantes, de espaldas a las necesidades del conjunto de la población valenciana.

Como se muestra en el segundo libro que trata de dar respuesta al por qué de las sociedades fracasadas, la actividad económica predominante en ellas descansa en instituciones económicas y políticas extractivas, que tienen como objetivo extraer rentas y riquezas de un subconjunto de la sociedad para beneficiar a un subconjunto distinto. En clave valenciana, significa que las plusvalías que puede generar la transformación del suelo agrícola de la Huerta benefician principalmente al sector de la construcción y a las elites políticas que las controlan, impidiendo un desarrollo más sostenible, armónico y humano como el que podría tener lugar en caso de que existieran instituciones económicas y políticas inclusivas, plenamente democráticas, que pudieran orientarse para beneficiar al conjunto de la sociedad.

Habida cuenta de que en la Estrategia Territorial de la Comunidad Valenciana, aprobada mediante Decreto por el Consell en enero de 2011, al referirse a Valencia como un área funcional que incluye a noventa municipios, se señala „sin ofrecer una fundamentación científicamente rigurosa„ que puede ser el embrión de «una región urbana de tres millones de habitantes, con un extraordinario potencial para llegar a ser una de las más importantes de la Unión Europea y liderar las urbes de la Europa meridional». Una previsión que deja de lado el desarrollo de la Huerta con una agricultura ecológicamente sostenible, rentable, dirigida principalmente al suministro de productos de calidad a la población del área metropolitana.

Y todo conservando su función cultural identitaria y paisajística, así como el despliegue de nuevas funciones sociales del ocio, turismo y esparcimiento, incluyendo «huertos familiares», que como se está comprobando en los municipios que los han creado, sirven para reforzar los lazos identitarios de la población urbana con «su» Huerta. Creo que el libro sobre la Huerta, convenientemente difundido, podría servir para reactivar una nueva Iniciativa Legislativa Popular como la de 2001 que propiciara la aprobación en las Corts de una urgente y muy necesitada Ley o Plan de Acción Territorial para la actual área metropolitana de Valencia.