La manifestación del 11S en Cataluña demostró que el eje del catalanismo basculaba hacia la independencia. Artur Mas dio un paso al frente excitado por la eclosión callejera y cubierto por los sondeos del CEO (Centre d'Estudis d'Opinió) y del CIS que describían la efervescencia soberanista con sus generosos microscopios. Su estrategia fracasó porque en su proceso acelerado para monopolizar la nueva tendencia concentró los tiempos en lugar de dilatarlos. Y también porque su sobreactuación mesiánica y su desprecio por la coyuntura social acabaron castigándole. Pero las elecciones probaron lo que el 11S había manifestado: el voto catalanista gravitaba sobre un nuevo núcleo y viraba hacia la independencia. Y quien más genuinamente encarna en Cataluña el soberanismo es Esquerra Republicana. Los votos de los dos aliados fronterizos, cuyo trasvase es evidente elección tras elección, decidieron emigrar hacia ERC, el escenario natural. El mismo cuerpo sociológico, el mismo magma con otra implicación política y la constatación de que que el independentismo no sólo era una corteza retórica. Es lo que hay.

La serie de sondeos emanados del CEO mostraban la mutación poco disimulada de los últimos años. Del mismo modo, los estudios del CIS reflejaban ese tránsito. Un estudio del sociólogo Alberto Penadés ilumina y concreta las traslaciones. «El extrañamiento subjetivo con respecto a España parece mayor que la preferencia por la separación; es fácil prever que esto mude de modo difícil de resolver», sostiene. La lectura de las series de Penadés indican que existe todavía una masa social en Cataluña que prefiere un mayor autogobierno, pero es la independencia la que puede bullir más si el cambio de la opinión pública catalana «sigue por el mismo curso que en los últimos años». Los grupos sociales pasivos „los menos nacionalistas„ han cambiado, alterando el equilibrio emocional sobre la pulsión identitaria. Hasta 2010, la «identidad exclusivamente catalana» era compartida por un 40 % de los catalanes. El ciudadano medio decía sentirse tan catalán como español. La identidad española o sólo española oscilaba en torno al 20 %. En noviembre de 2012, sin embargo, la suma de las respuestas del ciudadano medio sobre si se sentía «más bien catalán» y «sólo catalán» creció diez puntos y las opciones sobre la identidad española se hallaban bajo mínimos históricos. En dos años, continúa Penadés, «una fracción moderada, pero insólita, de catalanes parecen haber cambiado su elección, en un sentido catalanista». Los nacionalistas pasaron de un 32 % en 2010 a un 43 % en 2012.

Al igual, el sentimiento independentista, formulado por el CIS en el sentido de que se «reconociese el derecho de las nacionalidades a convertirse en Estados independientes» se ha duplicado en los últimos cinco años. Aún así, el federalismo sería el elemento preferido por la mayoría de los catalanes frente a la opción independentista. De la política „que tiene capacidad para obrar nuevos sentimientos y hacer desaparecer pulsiones„ depende que el eje se desvíe hacia una u otra parte. De la política y, sobre todo, de los interesesde los grupos sociales.

Penadés certifica una polarización en las preferencias constitucionales. En otro sentido, el investigador Jordi Muñoz, profesor de la Autonóma de Barcelona, señala en su tesis doctoral que la Constitución ha pasado a ser el mito fundador de la nueva identidad española sustituyendo a referentes clásicos del paisaje escolar franquista, como Covadonga, la Reconquista o los Reyes Católicos.

En todo caso, en el interior de los estratos sociales catalanes también se detectan grandes variaciones. La clase media y alta en Cataluña ha incrementado su extrañamiento con España. Y es sabido que la alta burguesía ha sido el refugio del alma catalana y la guardiana de las esencias. La preferencia por el derecho a la independencia la expresan el 62 % de los hijos de padres catalanes. En 2010, eran sólo el 41 %.

Penadés concluye: «Todo avanza muchos pasos por detrás de lo que la persuasión ideológica nacionalista da por sentado, pues el rechazo a la identidad española sigue siendo minoritario, pero marcha deprisa». En esa «persuasión ideológica» también se ha de incluir al Gobierno de Rajoy. La política es diálogo. Y no hay reconocimiento mutuo, la única vía de entendimiento, entre Madrid y Barcelona. Además, ¿qué propone el Gobierno? ¿Cuál es su estrategia? ¿Dejar que las cosas sucedan sobre la inercia congelada de Rajoy? ¿Provocar una fractura como pretende Aznar? Cada vez que Wert, pongo por caso, abre la boca, eleva la temperatura de la conciencia soberanista. Los nacionalismos crecen por reacción. Y no hay que desatender la idea de que el desequilibrio social derivado de la catástrofe económica haya desplazado la estructura sociológica identitaria en Cataluña. ¿Produce la independencia al menos esperanza frente a la desesperación ciudadana?