Durante la década de los noventa, una exposición de José García Poveda sobre La Habana sólo podía ser otra exposición de El Flaco sobre La Habana. El fotógrafo era como Sánchez Dragó, que si te lo encontrabas, ya sabías que iba a hablarte de Soria. La exposición que ahora pueden ver, titulada naturalmente «La Habana del Flaco», en la sala Parpalló del MuVIM hasta el 24 del corriente mes, es la exposición: la debida, la canónica, porque se hace con honores de buena sala y catálogo, con fiesta de presentación y relieve social y, algo más importante de lo que parece, porque incluye los textos que el fotógrafo fue arañándole a su corazón, porque no todo puede ni sabe decirlo la boca y menos la de El Flaco que es como repentina y discontinua.

Que en esa exposición hubiera bastante gente un sábado a las cuatro de la tarde, da algunas pistas. Más que la presencia en la inauguración de algunas celebridades en busca lo que pudo haber sido y no fue y ahora recogemos en pedazos, sin ponernos tristes, ni decir que esa tiranía no es nuestra ¿Qué buscaban? Puedo contestar a título personal pero, por favor, no pasen por alto los textos del Flaco: son sentidos y lúcidos. Y generacionales pero intransferibles, pura destilación sanguínea: salieron de la torrentera de sus huesos y aún pueden herir. Los leí en días de vino y rosas, en la barra del Negrito. Como suele decirse, una primicia.

Al final, me fui a La Habana, también a título personal, y me encontré una ciudad apresada y jaranera, desvencijada y de sexo aún más fácil, como siempre que hay mucha necesidad. Pero ¿qué era lo que se estaba arruinando y por qué nunca fueron tan esplendorosos los cascotes? Lo que descubrí es que nunca debes buscar La Habana en los mapas porque sólo la describen la cartografía del ensueño y el placer, de la memoria y el deseo. Y allí la utopía convive con el sombrero panamá, los trajes blancos y el cuerpo de una mulata que avanza con la majestad de un bergantín al ritmo que le marcan los mejores músicos del mundo. El Flaco retrató todo eso. También con palabras.