Mariano Rajoy es el primer jefe de Gobierno occidental pendiente del perito calígrafo, obligado a declarar que no cobra sobresueldos en negro y capaz de recriminar a seis millones de parados que ganaría más en otro sitio, una falta de sensibilidad escarnecedora. En una semana aciaga, dos personajes de gran calado en la vida española han tenido que manifestar públicamente que no operan con dineros de procedencia opaca: Isabel Pantoja en la intervención final de su proceso y el presidente del Gobierno. Por motivos de estética, no se incluirá en la relación a Julián Muñoz, aunque se pronunció en el mismo sentido y en fechas idénticas.

A falta de saber si se ha localizado la caja B del PP, se ha destapado la cara B de Rajoy. El tiempo demostrará si la Fiscalía General del Estado ha montado una de las investigaciones en que se especializa desde tiempo inmemorial, conducentes a embarullar un asunto hasta imposibilitar su esclarecimiento para la eternidad. De momento, las fotocopias aparecidas en El País colocan al presidente del Gobierno como perceptor de abultadas cantidades, de lo contrario no habría interés alguno en la publicación. El consenso caligráfico atribuye la letra al innombrable Bárcenas. El tesorero multimillonario niega, pero cuesta orientarse en la selva de sus mentiras.

Conviene precisar que el escándalo de las anotaciones no hubiera alcanzado jamás su masa crítica si Bárcenas, patrocinado por Rajoy, no se hubiera labrado una fortuna cuyo excedente de 22 millones escondió en Suiza. Esta cantidad se halla acreditada, y sólo desde la irracionalidad puede desvincularse de la actividad de tesorero del PP. También hay que forzar la suspensión de la incredulidad, para aceptar que un simple empleado de un partido político amasó esa fortuna sin repartir las migajas entre miembros de la cúpula de la formación, y sin adoptar medidas protectoras para un posible desmantelamiento de la red. La aquiescencia y la complicidad con Bárcenas reciben muy distinta valoración penal, pero la responsabilidad política de los dirigentes populares sería idéntica en ambos casos. Con todo, el presidente del Gobierno se halla a merced de un imputado por corrupción, que en cualquier momento puede virar su declaración contra La Moncloa. Las anotaciones son un primer aviso.

La verificación de la autoría de Bárcenas colocaría a Rajoy en una situación harto comprometida. El tesorero recompondría sin pestañear su sarta de mentiras, pero el presidente del Gobierno no podría escudarse en que las cantidades fueron declaradas, y su insistencia en la falsedad casi absoluta de las anotaciones perdería peso. El líder del PP es la personalidad que aparece con mayor frecuencia en los cuadernos, hasta erigirse en su protagonista casi absoluto durante más de una década. Tampoco contribuye a su causa el respeto reverencial que muestra hacia el tesorero que encumbró. Las anotaciones ofrecen también una teoría inmediata sobre las razones para proteger a un presunto benefactor.

Rajoy negó las anotaciones con el énfasis de su admirado Armstrong. De nuevo, la experiencia de los 22 millones suizos merma su credibilidad como gestor de la mínima entidad. Si permitió el súbito enriquecimiento de su tesorero, y aun admitiendo que no fuera partícipe del mismo, difícilmente acredita la pericia imprescindible para llevar las cuentas de un país. La amnistía fiscal teledirigida y su desprecio a una investigación policial, para blindar a la indefendible Ana Mato, cierran el círculo de su dudoso comportamiento.

Hasta la fecha, Rajoy no se ha comportado como un inocente, sino como un sospechoso que confía en que la maraña de datos y el tiempo alivien su situación. La bofetada de amante despechado que propinó a Rubalcaba, y que casi obra el prodigio de resucitar al jefe de la escasa oposición, no culpaba al secretario general del PSOE de haberle exigido responsabilidades, sino de no haberse empleado a fondo para impedir la publicación de las anotaciones contables. La prensa británica de derechas „The Financial Times, The Economist„ ha sido más categórica que la nacional, al decretar que la auditoría puede ser menos indicada que la autopsia en la situación actual del presidente del Gobierno.

En la lectura subliminal de sus dos intervenciones hasta la fecha, el presidente del PP ha apelado a la tradicional displicencia de sus huestes hacia los deslices económicos. Su «de ninguna manera» suena a un «no es para tanto». No ha percibido el viraje social, su mayor crimen. Tal vez necesita ese otro trabajo.