En estos días en los que en muchas tertulias y artículos periodísticos oímos hablar de la igualdad laboral entre hombres y mujeres, es un tópico hablar de la desigualdad de salarios entre unos y otras. Igual de recurrente resulta el rechazo de esta afirmación por parte de muchos contertulios, "intelectuales" o periodistas, alegando que eso no pasa en España. La propia Constitución lo prohíbe, por no hablar de los Convenios internacionales y leyes españolas al respecto. Parece que con estas normas la mujer está blindada. Sin embargo, el problema va más allá de una cuestión de leyes: se trata de lo que podríamos llamar "la discriminación traslúcida" o "de cristal".

Los casos de discriminaciones traslúcidas son diversos. Por un lado, hay trabajos ocupados tradicionalmente por mujeres, que reciben una baja valoración por el hecho de ser realizados por ellas y que, cuantitativamente, están peor pagados que los de igual nivel en los varones. Por ejemplo, las personas encargadas de la limpieza de un inmueble, que es un trabajo para el que no se exigen estudios (aunque, pese al creer de los mortales, no todas las personas tienen iguales competencias para realizarlo) suelen cobrar menos que los varones que se ocupan del mantenimiento, tarea para la que tampoco se exigen estudios. Pero claro está, no es lo mismo mover un mueble de sitio que fregar los aseos...

Otro ejemplo de "discriminación traslúcida" suele producirse en las fiestas de disfraces en los colegios. Las niñas van de enfermeras y los niños se visten de médicos. Se entiende que la medicina es de mayor categoría profesional que la enfermería y se suele asociar a varones (aunque en este caso la realidad no se confronta con la percepción). La enfermería, por el contrario, se asocia a las mujeres. En este caso, es cierto que hay más enfermeras que enfermeros, pero se trata de un trabajo que en valoración y salario es más bajo que el del médico. Y ¿qué decir cuando entramos en una empresa y preguntamos por "el gerente" y "la secretaria"? Son trabajos que se suelen vincular a un sexo y casualmente los menos valorados y peor pagados son los que desarrollan las mujeres.

Pero hay discriminaciones más sutiles todavía. Muchos estudios analizan la carrera profesional de mujeres en paralelo a la hombres que entran en una misma empresa en la misma época y para iguales funciones. Si bien al principio el salario de ambos suele ser igual, al final de sus respectivas carreras, el varón cobra más, normalmente por tener más complementos. Esto suele suceder especialmente en el caso de mujeres con hijos, a las que se penaliza social y económicamente.

Incluso si partimos de empresas en las que la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres es un objetivo, a veces cuestiones sociales, oportunidades desaprovechadas y decisiones indirectamente discriminatorias pueden terminar con esta igualdad.

Por ejemplo, si partimos de que la mujer en la actualidad suele asumir la mayor parte de las tareas del hogar y el cuidado de las personas dependientes, e incluso si esta mujer tiene unas aspiraciones profesionales importantes y se esfuerza por hacerlas realidad, nos encontramos con cuestiones como las siguientes. Surge la necesidad de hacer un curso para un ascenso o un incremento salarial. Pero el curso se hace durante el fin de semana, o por la tarde, después de la jornada laboral. Es fácil que la mujer renuncie a ello a causa de las citadas obligaciones y, por tanto, su carrera profesional se ralentice.

Cuando en una empresa se pide "dedicación total" y horas extraordinarias para la finalización de un proyecto o la ejecución de una medida, normalmente, por esta falta de corresponsabilidad en el seno de la familia, la mujer no podrá cumplir estos requisitos y se verá al varón como mejor opción que la mujer para llevar adelante el proyecto.

Y estas situaciones suceden en el mejor de los casos, esto es, en empresas en las que no existe, de inicio, discriminación en las opciones laborales. En algunos casos, a estas situaciones deben añadirse las discriminaciones que culturalmente sufre la mujer en muchos puestos de muchas empresas.

En definitiva, es absolutamente falso el que por el hecho de que la legislación garantice formalmente la igualdad laboral entre hombres y mujeres ésta se produzca realmente. Aquellos que lo sostienen, en mi opinión, son demagogos, excesivamente optimistas o simplemente machistas camuflados.