Las instituciones públicas y los representantes más cualificados de la sociedad valenciana claman por la construcción del corredor ferroviario mediterráneo, una vía rápida hacia Europa que mejoraría la competitividad de nuestras exportaciones. Disponer de una infraestructura de esas características es una necesidad incontestable. También lo era conectar Valencia con la capital de España con la envidiable alta velocidad (AVE) para aumentar el flujo de los viajeros que se sienten atraídos por la calidad de la oferta turística local, aunque, con ser importantes, éstas no deberían ser la únicas demandas de transporte viario que movilizan a las principales autoridades autonómicas. El transporte de cercanías se ha quedado al margen de los astronómicos presupuestos que necesitó el AVE y en muchos casos ofrece una cartera de servicios que se encuentra muy por debajo de lo que reclaman los usuarios. Los recortes y la reducción de frecuencias de paso despiertan abundantes quejas justo cuando más convendría potenciar el transporte público ante la obligación que se imponen muchas familias de ajustar los gastos para compensar la falta de ingresos forzada por la crisis.

Algunas situaciones son disparatadas: los estudiantes de Villanueva de Castellón o Alberic que suben a los convoyes de Metrovalencia tardan tanto en llegar a la Universidad Politécnica como los viajeros que cubren en AVE el trayecto Madrid y Valencia; la línea Gandia-Dénia desmantelada en 1974 sigue sin reponerse pese al notable atractivo turístico de la zona; tampoco se puede acceder en tren hasta Port de Sagunt y el abandono del tramo Xàtiva-Alcoi es patente: en sus 110 años de existencia la duración del trayecto sólo se ha recortado diez minutos. La modernidad del AVE no puede esconder estas deficiencias. La descompensación es absoluta.