e acuerdo con que el déficit de las comunidades autónomas (CCAA) sea asimétrico y que la Comunitat Valenciana disponga de un mayor margen. ¿Qué otra cosa resulta razonable tras la experiencia acumulada en los últimos tiempos? Reiterar en 2013 el mismo error del pasado sólo puede conducirnos a un estadio de fantasía previo a la melancolía.

Hay argumentos para justificarlo. Algunos más conocidos, otros menos utilizados. Primero: el propio Gobierno de España ya ha asumido la asimetría al distribuir el objetivo global de déficit entre las administraciones del Estado, autonómicas y locales. Porque asimétrico es que su participación en el déficit supere la proporción de gasto público excluida la seguridad social- que gestiona. Un «yo me lo guiso, yo me lo como» que aporta más margen para un gasto que con alguna salvedad es más fácil de controlar que el de las CCAA: ¿acaso alguien puede conseguir que la gente no enferme o que aprenda a leer con la mitad del abecedario?

Segundo. Las CCAA que abogan por la simetría ocultan cierta hipocresía. La misma que manifestaba la Comunidad de Madrid cuando píamente abogaba por la recentralización de algunas competencias autonómicas: vaya sacrificio, cuando, en tal caso, sería Madrid, precisamente, la gran afortunada. Ahora, en contra de la simetría, resuenan clarines y timbales similares: asimetría significa favorecer a Cataluña y si ellos son separatistas y despilfarradores, asimetría es tanto como ayudar al enemigo. De nuevo, hipocresía: porque si la Comunitat Valenciana, además de Cataluña y alguna otra, siguen como están,

-esto es, severamente infrafinanciadas- llegarán débiles a la renegociación del sistema autonómico de financiación. Y, en estado de extrema debilidad, cualquier aliento es bienvenido. Se aceptan las migajas aunque sean pan para hoy y hambre para mañana. No resulta necesario indicar al lector quién gana: el que llega bien financiado y con reservas para la resistencia; entre ellos, los fariseos que, disimulando su auténtico interés, se autoproclaman ahora baluarte de los valores comunes de la patria.

Tercero. El método puede ser tan importante como el objetivo. Para diseñarlo, conviene no olvidar el pasado, las anteriores rondas en las que se negoció la financiación autonómica. Por desgracia, del papel valenciano poco sabemos, más allá de la retórica oficial; por ello sería doloroso que alguien aludiera, con fundamento, a la pasividad valenciana; a que tenemos lo que en su día aceptamos sin excesiva resistencia o con escaso olfato. De hecho, en los momentos finales de la última reforma resultaba más fácil conocer las presiones ejercidas por Cantabria o Baleares que las procedentes de nuestra Generalitat. Quizás fuera discreción, pero ésta también puede ser letal cuando los demás emplean como munición la sal gruesa. Así, pues, aunque sea bajo secreto de confesión, piénsese si puede existir algún guiño mutuo con quienes comparten nuestras cuitas en cualquiera de los puntos cardinales.

Cuarto. En todo caso, unidad, social y política, de puertas adentro. Existe una viva y justificada indignación por errores, latrocinios y despilfarros pasados que, por cierto, también debilitan la posición negociadora de la Generalitat; pero hay momentos en los que todos los que ejercen responsabilidades públicas están llamados a sacrificar algo de su presente a cambio de un pagaré de esperanza. Aunque sólo sea porque la financiación será un problema para cualquiera que alcance el Gobierno Valenciano; pero más aún ahora, cuando estamos ya a la cabeza de demasiadas causas de dolor, desesperanza y descrédito. Abrir un paréntesis de acuerdo y frenar el tacticismo es una noble forma de servir a esta Comunitat y es un argumento necesario ante esa dura negociación en la que quienes ocupen la trinchera opuesta serán tanto los adversarios de siempre como los causantes de fuego amigo.