L a carrera enloquecida del PP le lleva a dinamitar sus propios logros o a disociarlos de sus aventuras de los últimos años. Ayer olvidé atribuirle a Zaplana uno de sus éxitos mayores. El que rindió sosiego a esta prestidigitadora sociedad, de ánimos llameantes. La constitución de la Acadèmia Valenciana de la Llengua -en un pacto con el PSPV de Pla- obtuvo un consenso generalizado de las mayorías políticas para enfríar los brotes locos secesionistas y marginarlos hacia las afueras del sistema. Pues, nada. Como una madre que deglute a sus propios hijos, el PP actual también entierra sus propias glorias. Al igual que el Dublin de Joyce, La Habana de Cabrera o el Buenos Aires de Cortazar se deben más a la fantasía que al recuerdo, el PP vive la CV como una representación lisérgica del pasado. De entrada, desea que la RAE revise la voz «valenciano» y sostiene que el vernáculo de aquí sienta sus raíces en la Prehistoria, o bien en el siglo VI antes de Cristo, tampoco hay por qué discutir. Siguiendo la chifladura, y cargándonos la relación tiempo/ciencia, podríamos sostener que Euclides ya conocía la Teoría de la Relatividad de Einstein, pero como era un onanista, disfrutó él solo del hallazgo. También podríamos considerar probada la doctrina de la reencarnación y afirmar que Grisolía vive hoy su otra vida tras haber confeccionado el mapa del genoma humano, pieza a pieza, en los tiempos de Altamira. Nunca se sabe. Tal vez los vikingos habiten hoy esta tierra y nosotros seamos unas criaturas más próximas al pez que los anfibios. La alegría del PP ha desembocado en una denigración de la misma Acadèmia que inventó, y a la que otorgó la autoridad lingüística: el esperpento es despiadado con su propia creación. Es evidente -¿no lo subrayaba Martín Quirós?- que el PP tiene un problema con su pasado. Mal asunto. Esos acordes son crepusculares. El PSPV se ha pasado 20 años discutiendo soberbiamente sobre su historia inmediata y ya se ve el resultado.

Romeu. La dirección del PSPV y el vicesecretario general y portavoz de la ejecutiva, Francesc Romeu, tienen objetivos distintos, y sus ideas giran en torno a la desaveniencia. Romeu objeta la posición del PSPV, que en principio tendría que ser la suya propia, puesto que él ostenta uno de los más altos cargos de la dirección. La esquizofrenia es total. Romeu frente a la dirección, que es como decir Romeu frente a Romeu. Puede que las primeras opiniones discrepantes del portavoz destellaran como signos indóciles, pequeñas correcciones versátiles, pero la contundencia de la reiteración pureba la intencionalidad. El empreño de segregación. No hay vuelta atrás. Cuando uno acepta ser miembro de la dirección de un partido, sabe que ha de respetar el criterio de la mayoría. ¿Acaso no comienza ahí la democracia? Si en lugar de cumplir el contrato suscrito, bombardea las decisiones de sus compañeros, la salida está cantada. Y tampoco es una catátrofe. La vocación política se puede ejercer en muchos ámbitos, y sobre todo en aquellos que se identifiquen con las ideas propias. Tal vez en EU, que es de religiones repúblicanas. (Menudo tema de discusión, la República, con 700.000 parados.) Una cosa, en todo caso, parece clara. Dado su desacuerdo con la dirección, Romeu ha de apartarse. O eso, o brindar con el PP.