Opinión

Ya falta menos para las urnas

Xavier Latorre

La prisa lo invade todo. Nos toca vivir acelerados. La dictadura del reloj marca las horas del amor, del sueño, de las clases de kárate de los niños, del supermercado, de la navegación por internet y de la comparecencia de Bárcenas ante el juez, que seguimos al segundo como si se tratara de una cronoescalada del Tour. Desde que, según el Génesis, la sagrada Wikipedia de la antigüedad, el agricultor Caín se cargó a su hermano, el pastor nómada Abel, dejamos de tener domado el tiempo. En cambio se fundaron las ciudades, las obras públicas y con ellas la maldición bíblica de las comisiones a los tesoreros. El tiempo abusa de nosotros. Las medidas laborales del gobierno han llegado a establecer jornadas de once y hasta trece horas diarias. Ello sólo alcanza para enviarle un sms a tu madre ingresada en la UCI de un hospital o para estamparle un beso fugaz a tu hijo ya dormido en el sofá.

El reino de la velocidad lo acapara todo. Hace años, el barbero apuraba con parsimonia el afeitado a navaja y nadie se desesperaba. Traían el agua de la fuente en cántaros y no abominabas de todo por un breve corte del suministro. Antes, las pastas, el embutido y las pastillas de jabón se hacían en casa arropados por entrañables vecinas. Hoy increpamos al ordenador si se cuelga un par de minutos y el mundo se acaba si al entrar en Valencia nos encontramos con un atasco de un cuarto de hora en la autovía. Ya en casa zapeamos compulsivamente para ver fragmentos de debates, finales de películas o una panorámica de una plaza de El Cairo.

Prima lo inmediato. Las hojas del calendario caen arrancadas con saña. Y así ocurre que, en el ecuador de la legislatura, se nos antojan eternos los dos años que restan para agotarla. Nos hemos vuelto demasiado inquietos. Tenemos ya unas ganas locas de ejercer el voto, para ponerlos, decimos, esta vez sí, a todos en su sitio. No nos pongamos nerviosos, necesitamos la calma del Santo Job: dos años pasan volando. En cuanto nos demos cuenta ya estaremos en el 2015, si no hay adelanto electoral. En un santiamén, ya verán, acudiremos a las urnas. Eso sí, en el camino habrán imputado a alguna alcaldesa más; algún político corrupto pisará la cárcel o la sorteará con una cuantiosa fianza; el presidente del Consell deberá acometer una nueva remodelación obligatoria acuciado por algún sobresalto judicial; seguirán los pulsos entre Císcar, Rus y Fabra, si éste llega vivo a la meta electoral; y en cuanto nos queramos dar cuenta tendremos la papeleta en la mano para atizarles a todos. El tiempo gira vertiginosamente. Por eso, no entiendo tanta urgencia€ todo llega puntualmente, como mi tío cuando regresaba al caer el sol con su mulo cargado de melocotones y tomates maduros.

No hay que desesperar. Nos falta armarnos de paciencia para ver si se cumple o no la profecía demoscópica. En un abrir y cerrar de ojos, a nuestros políticos les daremos un buen susto. ¿O no?

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