Un guardia de la prisión estadounidense de Guantánamo ha dicho que los presos están en huelga de hambre para llamar la atención. Claro. Llaman la atención, pero en seguida nos llama cualquier distracción porque es muy incómodo mantener la alerta sobre un lugar donde la libertad que alumbra a Occidente produce una sombra tan negra como la de Corea del Norte, China o esa Cuba que presta el suelo a esta infamia donde penan, desde hace 10 años, 166 personas, muchas de ellas sin cargos y 86 con permiso para irse sin que nadie las libere. De todos, 151 son considerados «de bajo valor». ¿Bajo valor humano por tratarse de terroristas fanatizados irrecuperables? No, pringados que no están a la altura terrorista del enemigo que los encarcela.

Guantánamo es un limbo legal donde no se respetan las leyes pero sí la fe. Normal, el limbo es un lugar imaginario de la religión (valga la repetición y discúlpese la rima). Les dejan rezar a las horas indicadas y en la dirección correcta. Cuando llegue el ramadán, de ayuno para los musulmanes, los alimentarán a la fuerza pero después del atardecer para que, cuando mueran, puedan beber en ríos de leche y miel. Los carceleros son fanáticos de la religión, sea cual sea. En EE.UU. lo peor visto es alguien que no confíe en Dios.

Para alimentarlos han inventado una silla especial, una trona para huelguistas, diseñada para que los nutrientes entren, a la fuerza y por la gravedad, directamente hasta el estómago por medio de un tubo. Hay una larga tradición de reventar huelgas en nombre de la libertad. Por estar presos, tienen una asistencia sanitaria mejor que la de varios millones de estadounidenses que disfrutan del privilegio de la libertad de pagar una medicina muy cara pero terriblemente ineficaz y que puede presumir de nada igualitaria. Ya estamos distrayéndonos con la sanidad, porque nos afectará enseguida y porque es difícil sostener la atención.