Opinión

Los amigos de Concha

Juan Cruz

Los adioses suelen llenarse de lugares comunes, pero esta vez, tras la muerte de la periodista Concha García Campoy, se ha producido una de esas excepciones que se guardan en la memoria como un hecho emocionante que se une a lo inolvidable. Concha era una periodista fuera de lo común, y creó a su alrededor un ambiente igualmente excepcional: la atmósfera del respeto y de la amistad. El respeto por su trabajo por parte de quienes eran los sujetos de su información o de sus entrevistas y la amistad que se generó naturalmente en su entorno, de la que ella era el centro de irradiación. Consiguió ese clima siendo una periodista, lo cual desmiente algunos tópicos y muchos malentendidos.

Existe la suposición, extendida por aquellos a quienes eso les interesa, que el periodista ha de ser un gruñón que además difunde su poderío hasta convertirlo en la base de su poder de amedrentamiento. Existe ese periodista, claro que sí, abunda en la grey, y se pone de manifiesto a todos los niveles, desde el nivel local al nacional; ese esquema le sirve a algunos „a muchos„para seguir mandando en función de la influencia que tienen sus medios y a la creencia extendida de que ante periodistas así es mejor manifestarse con prudencia y sumisión para no caer en sus invectivas. El chantaje tiene ese esquema y alcanza esas consecuencias.

Concha actuaba de otra manera radicalmente distinta. Ahora he leído en muchos sitios balances de su trabajo, cruelmente truncado por tan precipitada desaparición. Ella misma ha contado cómo lo hizo, desde su procedencia ibicenca hasta los diversos saltos que hizo de medios y de emisoras, hasta que se consolidó como una gestora de opiniones ajenas y como una entrevistadora de primera división. Y una sola vez leí un reproche, una mirada airada hacia atrás. Fue cuando le preguntaron por un nombre propio, el del periodista deportivo, tan notorio en otros tiempos, José María García. Cuando ella le hizo una célebre entrevista a Alfonso Guerra, que aún tenía poder, el tal García, para afear a Concha sus preguntas, extendió el rumor sin fundamento alguno de que la periodista era amante del más polémico y poderoso „entonces„de los socialistas. Ese rumor era gratuito y además García sabía que le iba a salir gratis, como le salieron gratis en otro momento algunas otras invectivas. Pero Concha lo recordaba ahí simplemente porque le pusieron en la bandeja de los balances, en una entrevista, ese nombre en concreto, junto con otros a los que ensalzó con adjetivos que correspondían exactamente a su manera de analizar, con comprensión y justicia, a los que la rodearon en el oficio.

Esa misma manera de ser, justa, considerada, amable, la usó fuera del oficio, para trabajar con otros, para intentar sacarles a sus entrevistados y a los periodistas que trabajaron con ella, que fueron muchos „desde Fernando Delgado, que la descubrió, Javier Rioyo y Lorenzo Díaz, que la acompañaron en lo más trascendente de sus primeros años„, lo mejor que tuvieran dentro. En el caso de los entrevistados, esa no sólo era una actitud: se convirtió en una técnica. Ella creía que la amabilidad y el sigilo podían ser, en el periodismo que practicó, mucho más eficaces que el ofuscamiento y el grito; ahora ella no estaría cómoda en este griterío en el que se han convertido los espectáculos televisados de la opinión a ultranza que no respeta y además impide la opinión sosegada del otro. Ella ahora optaría por el silencio y el sosiego, y el sosiego fue lo que practicó siempre.

El sosiego y el entusiasmo fueron dos normas de su vida.Esas armas no eran estrategias o tácticas, eran armas humanas, profundamente humanas, que fueron las que la convirtieron en la gran amiga de todo el mundo, la que se manifestó siempre con entusiasmo, hasta en los momentos más oscuros, para que los demás no recibieran las noticias del sufrimiento sino el aliento de su esperanza.

Así hizo amigos; ahora he visto las fotografías de la despedida de Concha. Ahí, entre muchos, que lloraban y se abrazaban, expresando una desolación que representa la incredulidad que produjo noticia tan terrible y tan temida, singularizo a uno que en las primeras crónicas no estaba identificado en los pies de foto. Es Luis Alegre. Aragonés polifacético al que algunas crónicas del pasado llamaron, con justicia, el amigo de todo el mundo, Alegre responde a su apellido; su manera de ser concita en su entorno la alegría y la amistad, la expresión personal del contento para que los otros estén contentos.

Él es para muchos el amigo alegre, el amigo Alegre; para Concha lo era en grado sumo, para Concha y para los amigos de Concha. El llanto de Alegre simboliza, me parece, el mejor subrayado de amistad que tiene la esencia de esta despedida emocionada de Concha García Campoy, periodista.

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