Opinión

Sin derecho al uno por ciento

G. García-Alcalde

El 99% de los genes de un hombre es igual que el de un chimpancé. En el 1% restante se conjuga la inmensa diferencia que Descartes llamó «res cogitans», la mente o la sustancia pensante que entiende, duda, concibe, afirma, niega, quiere, no quiere, imagina y siente, atributos humanos enumerados en sus Meditaciones metafísicas.

De haber conocido tan pequeña diferencia genética, seguro que su lista sería más numerosa. Pero el gran pensador se preguntaría en qué punto del 99% común sería prudente emplazar el miedo a la verdad, el cinismo, la codicia y el desdén por la inteligencia ajena que dimanan de la constante fuga hacia el abismo, allí donde habría que volverse y dar respuestas. Lo trágico sería que cuestionase hasta la ubicación en el 99%, porque el instinto de conservación de los chimpancés les mueve a luchar, no a despeñarse entre loores a la honestidad perdida.

La prensa más respetable del mundo está abriendo ediciones con la presunta corrupción en estos lares y la vacía arrogancia con que intentan desmentirla. El show no tiene fronteras y machaca la «marca» con tanto sadismo que ya se oye el bye bye a todas las sedes de competición internacional por cuyo logro bregan algunos, gastando para nada recursos públicos de primera necesidad esencial.

El descrédito crece a la velocidad del guepardo y se redime a ritmo de caracol. Al punto a que han llegado las cosas, tan solo dos decisiones pueden aspirar al rescate de la fama perdida: la dimisión a favor de alguien no contaminado (si lo hay), o la disolución con elecciones generales. El desprestigio exterior no es nada comparado con el interno, donde hasta los separatistas reservan su apoyo al que les abra una puerta a la segregación. ¿Depravación o trapicheo? Vender estabilidad cuando no queda nada que ofrecer es como cambiar la tierra firme por las ramas del chimpancé y exclamar cínicamente: «¡Esto es lo que hay!.

Los sondeos públicos han dado buena cuenta de la mayorìa real, distante años-luz de la política. Por si les faltase credibilidad, los sondeos privados proclaman más de lo mismo. Es casi imposible encontrar un elector de base de la evaporada mayoría que defienda a quienes dicen representarla. Y estas son las señales que confirman legitimidades o las retiran, no la perversión pseudodemocrática que sostiene en el poder a quienes han caído en picado, abriendo la crisis mas dramática y humillante que ha conocido un país en libertad.

La mentira sobre las propias conductas contamina por extensión la falseada verdad del juego democrático. Los despojados de empleo, vivienda, seguridades y servicios contemplan la supuesta abyección de quienes los despojan llenándose la bolsa. Con otros motivos y análogo abuso, El Cairo, Estambul o Río de Janeiro estan ilustrando en qué acaban ciertas «estabilidades» que no merecen entrar en el 1% de aquella diferencia genética. O sea que lo suyo y la «res cogitans» son pura antinomia, receta idónea para llenar las calles del clamor de la conciencia.

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