Opinión

Divulgación científica de la buena

Divulgar la ciencia es, tal vez, uno de los procesos de comunicación social más difíciles de realizar. La buena divulgación científica supone el conocimiento preciso de la materia que se quiere transmitir y requiere la utilización del lenguaje y del mensaje idóneo para poder llegar al gran público, sin caer en la vulgarización. La sociedad global en que vivimos necesita conocer de forma rápida y sencilla fenómenos y procesos, que se expanden con celeridad a través de los medios de comunicación, pero que encierran enorme complejidad. Y ahí está el necesario papel de la divulgación científica que hace entendible lo difícil. La buena divulgación científica es una etapa del proceso investigador. No es mera recopilación de información; es elaboración de datos y contenidos necesaria para mostrar la utilidad social de una investigación científica. Divulgar la ciencia supone, pues, dominio profundo de un tema, manejo preciso y correcto del lenguaje y del mensaje y, tal vez lo más importante, voluntad de enseñar, de educar a la sociedad. Y ello porque aún, en nuestros días, hay capas sociales que de otro modo nunca podrían acceder a la explicación de los avances de la ciencia. Es un noble servicio que se hace a la ciencia y a la sociedad. Leo estos días El Libro del Tiempo de Manuel Toharia. Riguroso y ameno en la explicación de una temática de gran complejidad que se ha hecho muy popular: el tiempo, el clima y sus fluctuaciones y cambios. Una lectura deliciosa y útil. Esclarecedora. Tal vez es, hoy por hoy, el libro que más información contiene sobre el cambio climático. No es sólo divulgación; es investigación sobre un proceso con certezas e incertidumbres y de enorme repercusión social. Un ejemplo de divulgación científica de la buena; sólo posible por el enorme bagaje cultural y científico del autor, que ha sabido transmitir sabiamente una cuestión de gran dificultad para que todo el mundo la pueda entender. Un lujo para el lector.

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