Opinión
Rubalcaba candidato
Faltó tiempo para que, tras la amenaza de Felipe González de abandonar el PSOE si Rubalcaba apoyaba a Pedro J. Ramírez, el aludido concediera a El País una larga entrevista. No puedo decir que sea de esas que no tienen desperdicio. Tampoco que sea irrelevante. Por ella, por ejemplo, nos hemos enterado de que Rubalcaba luchará para ser candidato del PSOE en las próximas elecciones. Cierto que no lo dice así, pero tal y como lo dice, viene a reconocerlo. «Si soy útil a mi partido, intentaré ser [candidato]», ha dicho. ¿Pero cómo sabremos si será útil? Yo no lo sé, pero un Secretario General bien puede encontrar la manera de que algo así se sepa. Mientras tanto, la entrevista repasa todos los puntos candentes, en un momento en que se abre la posibilidad de una moción de censura a Rajoy, lo que en estricto sentido tendría que implicar un programa alternativo de gobierno capaz de recabar la confianza de una mayoría parlamentaria.
Ya sabemos que esto no va a suceder. Aunque Rajoy ha estado desaparecido en combate durante toda la semana, es de suponer que haya autorizado a sus portavoces a manifestar que hablará cuando lo estime conveniente. Así dicho, parece que estemos ante una concesión, una gracia, una condescendencia. Sin embargo, es una obligación perentoria si el Presidente tuviera un mínimo sentido democrático. Si finalmente acude al Parlamento, todos tendrán una salida airosa, Rubalcaba incluido. Lo que no sabemos es cómo afectará esto al hígado del Sr. Rajoy, porque ese día se tendrá que comer algunos sapos crudos. Sin embargo, esto no nos hace felices. La verdad es que la ocasión era propicia para explorar algo que tarde o temprano se tendrá que explorar, la posibilidad de llegar a acuerdos de principio entre las fuerzas políticas sobre el futuro de un gobierno solvente. Y debo decirlo, desde este punto de vista, la reacción de la oposición ha sido un poco decepcionante. Mientras que IU se agarra a la propuesta de elecciones anticipadas e intensifica la campaña de deslegitimación de la victoria popular de finales de 2012, con el argumento de que no hubo igualdad de oportunidades ni justicia política dada la financiación ilegal del PP, el PSOE reclama tiempo para recomponerse, dejar atrás el truculento asunto de los Eres, redefinir su posición política y «hacer las cosas bien». Ahora sabemos que no se contempla un escenario diferente del bipartidismo. La entrevista de Rubalcaba también nos ilustra sobre este particular: «Olvidaros del bipartidismo», ha dicho.
En realidad Rubalcaba lo olvida sólo con medio ojo. Sus cautelas contra las mayorías absolutas dejan bien claro que se ha de pensar en otra cosa para el futuro. Pero un paso en serio acerca de un ideario, o un esbozo de programa, que sea capaz de reunir ciudadanía y fuerzas políticas, eso sólo se ha dado en el caso Wert, y no completamente. Todas las fuerzas parlamentarias han firmado un documento para que la ley no entre en vigor. «No ha querido firmar UPyD, pero está de acuerdo», añade Rubalcaba. ¿Seguro? ¿Y por qué no lo firma, si está de acuerdo? Al insistir en este tema comprendemos mejor el punto de vista del PSOE. «No se necesita poner todo patas arriba», ha dicho Rubalcaba hablando del sistema educativo. Esto desmoralizará a muchos. El sistema educativo necesita una profunda reforma, sólo que no necesita la reforma Wert. En todo caso, es fácil suponer que los grupos de la oposición quieren que caiga esa ley, aunque lo haga por muy diversos motivos. La buena noticia sería que algo parecido a un punto de vista compartido acerca de una futura reforma, emergiese en una situación tan grave.
Esto se puede generalizar. Cuando uno se pregunta por el punto de vista central de la perspectiva de Rubalcaba, podemos decir esto: se trata de una apuesta conservadora. Su aviso a los que quieren hacer negocio de la sanidad pública es que todo volverá a ser como antes. Su aviso a Wert es que todo quedará como estaba. Su aviso sobre pensiones es que estamos en una coyuntura excepcional y para eso está el fondo de reserva, para gastarlo en una coyuntura adversa. Su aviso sobre la Ley del aborto es que lo mejor es no hacer ninguna otra. Su aviso sobre el CSIC es que se regresará a lo que hizo el PSOE. Este punto de vista es difícil de valorar porque, tras cinco años de crisis, todos añoramos aquellos tiempos. Pero no queremos caer en la melancolía ni en la idea implícita de que todo lo bueno que nos pueda pasar es regresar a ser como éramos. Creo que este supuesto se cuela una y otra vez en la entrevista de Rubalcaba. Aprecio aquí el resto de un optimismo que, de ser verdadero, sólo daría la razón a Rajoy.
Es lo mismo que se aprecia cuando Rubalcaba aborda el problema de Cataluña. El periodista le pregunta si Pere Navarro le ha informado de que Cataluña vive un momento pre-insurreccional. Rubalcaba contesta con fórmulas que parecen antiguas: desmontar a la vez la posición de los que quieren irse y de los que quieren recentralizar el Estado. Estas manifestaciones forman parte del país de irás y no volverás. Lo demás, son declaraciones ambivalentes. Cataluña no tiene más competencias, pero sí más singularidades institucionales. Me temo que el tiempo de estas frases se ha acabado. La ciudadanía, que vive intranquila la falta de comunicación, las muestras de hostilidad creciente y la visceralidad de la situación, necesita alguna indicación acerca de lo que pueda ser una manera civilizada de darle salida a este conflicto histórico. Me temo que no podemos seguir hablando de una reforma constitucional que sirva a la vez para ordenar el Estado autonómico y para resolver el problema catalán. Y Rubalcaba parece no separar ambas cuestiones. Y sin embargo, diferenciar el problema catalán del problema general del Estado de las Autonomías me parece una premisa fundamental de futuro. Aquí una vez más, la entrevista de Rubalcaba tiene más bien el aspecto de recuperar el pasado que de avistar un futuro. Pero pase lo que pase, por mucho que se impugne al Sr. Pérez de los Cobos, no se pondrá el reloj histórico un instante antes de la sentencia que abortó la reforma del Estatut, por la que ahora el Estado podría suspirar. Sin duda, el Tribunal Constitucional debería exigir a sus componentes lo que la ley exige para los jueces, porque ese Tribunal se ha configurado como la última instancia del sistema judicial español, por encima del Tribunal Supremo. Pero aquí de nuevo el pasado no volverá.
Se han hecho tantas cosas mal, que esa nueva guerra no hará sino prolongar el estertor de una época siniestra de la política española, llena de equivocaciones y de inconsistencias, de debilidades y de prácticas arcaicas y corruptas. La entrevista que estamos esperando es la de un hombre nuevo que nos ofrezca una visión de futuro, integrada, renovadora, capaz de neutralizar el mayor peligro, el que ha concedido la posición de privilegio al conjunto de tiburones sin espíritu que hay por debajo de un Gobierno acorralado, a saber: que el futuro lo manejan los que nos alejan de Europa, desmontando y privatizando servicios públicos al modo de Chile, y no reformándolos y fortaleciéndolos al modo de Alemania. Este peligro no se detiene diciendo que todo volverá a ser como fue, sino dejando claro cómo se piensa obtener una mayoría social y política capaz de defender una propuesta de país reformado, rejuvenecido, comprometido con su gente y con su futuro. Eso es lo que hubiéramos deseado ver, aunque fuera en un anticipo, en esta terrible semana de silencio y de despropósitos, como respuesta a un Presidente de Gobierno agotado. Por eso hoy siento un poco más profunda la amarga sensación de que es el sistema político de representación el que camina agotado y de que esta larga agonía no hará sino complicar todos los profundos problemas que padecemos.
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