Opinión
La sagrada siesta
Una siesta en verano es sagrada. Se recomienda hacerla en una mecedora, de rejilla, da menos calor. O mejor, a la sombra y sin corriente de aire. Pero en plena canícula se agradece un poco de brisa marina. Yo no rompería una siesta por nada ni por nadie. Porque la siesta tiene algo de conversación con uno mismo y dispone al pensamiento, labor callada y solitaria, lo que le dijo Heidegger a Hannah Arendt, cuando era su alumna y luego su amante.
Mi madre y mi hermana me inculcaron que hay que hacer una siesta reparadora, a esa hora no vale hacer deporte, ni coger la bicicleta ni ir a bañarse. Lo conté en Àmbit perdurable, por personaje interpuesto, que era yo, cuando tenía cuatro años y medio, y lo contaba cuando tenía un montón (en 1981). Eso sucedía en el balneario de Fuentepodrida y conservo las cartas de mi madre a mi padre.
He hecho siestas en Teruel, bajo las choperas del río Guadalaviar, junto a las pozas donde me refrescaba y pescaba cangrejos. Me acompañaban Ramona Martín, Teresa Martín y Maruja Martín. Y en su casa, junto al acueducto monumental... leyendo, miren por donde Las moradas de Santa Teresa, una lectura espesa para mis siete añitos. En la viña, junto al parador de turismo, me sorprendía una tempestad de granizo como la de la pasada semana.
Y he hecho siestas en un albergue de juventud en Quimper o cerca del viejo seminario, o bajo los castaños del jardín de Chateaubriand en Combourg. A veces me embriagaba el misterioso pánico. Leía, si, Memoires d´Ultratombe. Cómo no, bajo una higuera, junto aun campo del conde de Cárcer „supongo eran de la Baldovina, de Sueca„, que mi padre arrendaba y acabó adquiriendo. Ahí el calor era muy fuerte y el perfume de los higos y el zumbido de los insectos, más fuerte todavía.
Hice siestas en Llançà, en casa de Montse Altés, antes de ir a visitar a Josep Pla. Y me lo recuerda cuando leo el libro, Tres guíes. También, en Santorini, bajo un emparrado mientras el mar succionaba los cantos rodados. Y lo más fuerte, en Delfos o Epidauro, donde actuaba Stratos Tzorzoglou, que me recitaba en Sagunt. Y claro el dios Pan no andaba lejos, ni Henry Miller y El coloso de Marousi. Desde Olympia envié una postal de la meta a un futbolista. ¿Quién llega? ¿Cuándo se llega? Una siesta inspira palabras homéricas.
De las siestas en Villa Rossi no podría olvidarme mientras respire. En sus estancias, pintadas en el Renacimiento por grandes artistas, entre un Ingres, un Courbet y un Carpaux. Luego me iba a la piscina, y a la sombra, repantigado en una hamaca, esperaba que un ángel cayera del cielo. Todo es posible a esa hora, sólo oía las cigarras, con sus élitros redundantes.
Pero la mejor siesta, está por venir, este verano o el próximo. Quien no sueña esta muerto, dice en sus memorias Buñuel. En la ensoñación te transformas en el libro, el paisaje del jardín pintado, te desvaneces con un pizzicato de quatuor (decía Marcel Proust en Por el camino de Swan).
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