Opinión
Hace treinta años
M i hijo me enseña orgulloso unos zapatos de loneta azul, que ahora se han puesto de moda entre los chicos de su edad. «Son chinos», me dice. Claro que son chinos. Yo los vi hace muchos años, en un tenderete de una calle de París, donde los vendían por casi nada. En aquella época (1979), aquellos zapatos de loneta, muy flexibles y livianos, eran los primeros productos que China exportaba el extranjero. Y cualquiera que hubiese visto fotos de la China de aquellos años (justo después de la muerte de Mao) sabía que los chinos llevaban esos zapatos en invierno y en verano, con nieve o con sol, cuando llovía o cuando los campos estaban resecos, porque no tenían ninguna otra clase de calzado, del mismo modo que todos tenían que llevar la misma ropa „el uniforme Mao„ que los hacía a todos indistinguibles.
Digo esto porque muchas veces nos cuesta ver las cosas con cierta perspectiva, y cada vez que oigo los lamentos catastrofistas sobre la situación actual, me pregunto cuántos de nosotros se acuerdan de las condiciones en que vivíamos y se vivía en otras partes del mundo. El año pasado tenía un alumno, en Estados Unidos, que me enseñó su coche, un hermoso Chevrolet Impala negro de 1967. El alumno vivía en Las Vegas, y como estábamos en Pensilvania y el curso acababa de empezar, le pregunté si había venido en aquel Impala desde su casa. Yo conocía bien la mitología americana de «En la carretera», y suponía que no había nada más emocionante para un alumno de 18 años que cruzar toda América, al final del verano, en un Chevrolet Impala negro de 1967. Pero mi alumno sacudió la cabeza con desánimo. «Oh, no „me dijo„, eso es imposible. Este Impala no tiene aire acondicionado».
Yo recordaba haber viajado en un 4-L hasta Grecia, en verano, sin aire acondicionado de ninguna clase. Pero claro está, eso ocurrió en los tiempos lejanos en que se vendían zapatos chinos a dos francos en los tenderetes de París.
Hace poco vi un documental sobre Ian Curtis, el cantante de Joy Division que se ahorcó en la cocina de su casa, en Macclesfield, cerca de Manchester, un día de 1980. Ian Curtis había nacido el mismo año que yo, así que habíamos conocido más o menos las mismas cosas, pero al ver las filmaciones caseras que mostraban la casa de Ian Curtis y los locales de ensayo y las discotecas en las que había tocado con su grupo, me sorprendió comprobar lo deprimentes y sórdidos que eran todos esos lugares. La cocina de su casa era diminuta y tenía un fogón „uno solo„ que parecía de juguete, los azulejos del baño (diminuto) estaban llenos de roña, y los muebles de la sala (un sofá y una silla) parecían haber sido rescatados de un contenedor. Pero al estar acostumbrado a la vida actual , esa sordidez se hacía mucho más llamativa. Tanto, que me pregunto si habría algún indignado del 15-M que aceptase vivir en las condiciones en que vivió Ian Curtis.
No pretendo decir que no haya motivos para estar enfadado. Los hay, y muchos. Pero al ver ese documental de Ian Curtis, y al recordar el comentario del alumno que tenía un Chevrolet Impala «sin aire acondicionado», tuve que reconocer que se vive mucho mejor ahora que hace treinta o cuarenta años. Ya sé que hay mucha gente, por desgracia, que todavía tiene que sobrevivir en condiciones insalubres o en circunstancias vergonzosas. Eso es innegable. Pero lo que era normal hace cuarenta años ya no es una presencia constante en nuestra vida. Y de vez en cuando vale la pena recordar estas cosas.
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