Opinión

El tren de la vida

La tragedia ferroviaria de Santiago de Compostela con casi un centenar de víctimas mortales me hace pensar en las emociones que sienten en estos momentos sus familiares y amigos. La vida se convulsiona con sensaciones de ira, enojo, confusión, cansancio, culpabilidad, alivio, refrendo o rechazo espiritual frente a la muerte del ser querido. Es frecuente pensar que dejaste pasar el tiempo sin hacer más cosas con él o que quedaron muchas cosas sin decir. Lo esperado o repentino de la muerte condiciona el dolor, bien lo saben los familiares en la aterradora espera de saber si su pariente vive o no. Pero hay algo que uno aprende a la fuerza. Que el duelo se prepara en vida, con generosidad, con desprendimiento, con comprensión, con silencios o con palabras. Porque si no, las aflicciones aparecen y desaparecen mirando de frente a los ojos. ¡Qué paradoja cuando se dice que no hay que perder el tren de la vida!, y sin embargo es verdad.

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