Opinión

Condenados a entenderse

La solidaridad generada por la catástrofe ferroviaria de Santiago se difuminará a la velocidad del AVE. Por tanto, en pleno agosto rebrotará el choque de trenes sobre la identidad, composición y porvenir del Estado. En su vertiente literaria, César Molinas, Antonio Muñoz Molina y Gregorio Morán encabezan la lista de autores que han publicado recientemente libros encaminados a robustecer la confusión reinante en el país. Pese a las perspectivas y soluciones encontradas, sus tres aportaciones pueden leerse como un hipertexto único. Aunque en la nómina figura el ganador del Príncipe de Asturias de literatura, ninguno de los ensayistas citados alcanza la profundidad de sus bisabuelos del 98, exploradores y tal vez causantes de España como problema. Un optimista adjuntaría que la diferencia no se debe a una menor gradación de los pensadores actuales, sino a que las dificultades afrontadas carecen de la dimensión calculada por los agoreros.

Muñoz Molina ha convertido «Todo lo que era sólido» en el ensayo del año, sin citar expresamente la liquidez de Zygmunt Bauman a la que remite su título. El autor de Úbeda sucede en el escalafón a La civilización del espectáculo de Vargas Llosa, un honor discutible. La clave de su reflexión radica en la palabra era. La transición acumula la duración suficiente para que el furor nostálgico no se contamine de franquismo. La España actual hace demasiado ruido para los tímpanos hipersensibles de Muñoz Molina, a falta de saber si la orgía decibélica justifica doscientas páginas en las que se acaba por proponer la liquidación del Senado. Tremenda originalidad.

Muñoz Molina está obsesionado en restregar a sus lectores la superioridad que le confiere su estancia a cargo de los presupuestos del Estado en el Instituto Cervantes de Nueva York, cuya desaparición no propugna. Desde su elitismo provinciano, qué sentido tiene hablar de Enrique Bañuelos o de Francisco Camps sin nombrarlos. La prosa atildada se le supone, tal vez debió encomendarse al manifiesto periodístico de Camus cuando proclama que «quiero aliarme con el tiempo. No quiero tener en cuenta la nostalgia ni la amargura, lo único que quiero es vivir con claridad». La amargura ahoga todo lo que era sólido.

Nadie pasa de largo sobre un artículo de Gregorio Morán ni lo abandona sin rasguños, como si el autor secular de las Sabatinas intempestivas de La Vanguardia quisiera desalentar a sus presuntos seguidores. En «La decadencia de Cataluña» ha seleccionado colaboraciones periodísticas de la citada procedencia desde 1995. El mayor elogio constata la absoluta coherencia del conjunto, como si formaran una sola obra y desde el primero de ellos hubiera pensado en la publicación conjunta que ahora concreta. En su catilinaria contra el catalanismo, el biógrafo de Suárez tritura al nacionalismo con la honradez intelectual de seleccionar textos que han sido desmentidos por la realidad. Su furia cursa con la marca de la casa, el insobornable coraje sin propósito.

El ensayo «Qué hacer con España» de César Molinas gozó de una precuela millonaria en El País. El anticipo desencadenó tal expectación que no se convirtió en el libro más esperado de los últimos tiempos, sino en el único esperado. La decepción cabalga a la altura de las promesas, nucleadas en el subtítulo Del capitalismo castizo a la refundación de un país. El economista se arranca desde el neolítico por lo que, antes de desembocar en el país que define su esfuerzo, transcurren un centenar de páginas que por fortuna son olvidadas conforme se avanza en su lectura. La mayor muestra del declive de España sería que no amerite un libro entero. El autor sigue los criterios de la ensayística de Jacques Attali, que remite a Napoleón el resultado de un partido de fútbol de la última jornada. Y por supuesto, Molinas no es Attali. Molinas aporta el escaso optimismo a la nómina de ensayistas. Se embarca en un debate sobre ingeniería genética, cuyas aportaciones quizás llegan tarde para aplicarlas a los actuales gobernantes. El redundante Muñoz Molina „«el estudiante, que estudie»„ concluye desde Nueva York que los españoles «estamos, literalmente, condenados a entendernos», aunque la parte condenatoria de su libro multiplica a su escaso entendimiento. ¿Debe atrapar Rajoy alguno de estos libros durante sus vacaciones, para reorientar su política? En absoluto, puede seguir concentrado en la lectura de Marca sin merma de su competitividad.

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