Opinión
Gente decente
L eo que la próxima reforma de la política energética va a suponer un nuevo incremento de la factura eléctrica, centrada de un modo especial en las segundas residencias y en los hogares que se autoabastecen con placas solares. No es mi caso, pero me pregunto hasta dónde puede llegar el afán recaudador del Estado sin que se resienta la moral colectiva. George Orwell, en una cita que repite a menudo Eduardo Jordá, sostenía que la clase media está formada por gente decente que vive decentemente. La gente decente es la que sale a trabajar todas las mañana para ganarse el sustento, la que paga honradamente sus impuestos, la que ahorra y vive con austeridad, la que estudia y busca formarse, la que disfruta de algún hobby y lo hace con la singular pasión del amateur, ya sea montar en bicicleta, escalar montañas, coleccionar sellos, acudir a los conciertos de la Sinfónica, a un partido de fútbol o a un ciclo de la filmoteca. La gente decente es la que conduce con precaución y la que se preocupa por la educación de sus hijos; son los desempleados que buscan trabajo sin descanso y los profesionales que conocen a fondo su oficio y respetan a los clientes. La clase media, diríamos, son los muros que sostienen la civilización del bienestar que ha caracterizado la segunda mitad del siglo XX y que deseamos preservar a toda costa: Sanidad y Educación públicas, pensiones dignas, vacaciones de treinta días, derechos laborales, parlamentarismo, libertades civiles y seguridad institucional. Y ello requiere de unas virtudes y de unos valores determinados - básicamente burgueses, tan atemperados como se quiera -, además de un clima general de confianza. Abocada a una crisis con visos de perpetuidad, la clase media ha sido, sin embargo, la que ha sostenido la mayor parte del ajuste: De la subida fiscal a los recortes salariales, del paro masivo al retroceso en la calidad de las políticas de bienestar. Ahora llega la subida de la factura eléctrica, como sucedió con el precio de la gasolina y el céntimo sanitario, la bombona de butano, el IVA, el transporte público o las tasas.
Cuando la mayor parte del ajuste se carga sobre las espaldas de un colectivo social, es lógico que la desconfianza y el resquemor se adueñen del mismo. Y lo cierto es que en la pregunta por la clase media se resume el futuro que deseamos para nuestro país. Debilitándola quizás se gane un tiempo precioso a nivel político, pero se descuida lo esencial. Con impuestos altos y unos servicios básicos carísimos, vamos asimilándonos al rostro habitual de las repúblicas fallidas. Equilibrar las cuentas del Estado no es un acto indoloro, pero debería ser racional además de ejemplar. Y centrarse en suprimir lo accesorio más que en asfixiar al contribuyente.
Al asalto de Europa. Al comprar E-Plus, la filial alemana de la operadora holandesa KPN, Telefónica ha decidido crecer en Europa lanzando un zarpazo sobre el mercado de móviles teutón. En los años de Juan Villalonga, allá a finales de los noventa, se habló mucho de la posibilidad de una posible fusión entre ambas compañías „Telefónica y KPN, quiero decir„, cuando la capitalización bursátil de ambas era muy similar. Con la llegada de Alierta y el vigor de los emergentes, la firma española se expandió hasta convertirse en una de las principales telecos del mundo, con una pata española y otra latinoamericana, más alguna que otra pica no en Flandes, sino en China. La burbuja de las puntocom había pasado a la historia „el error de la compra de Lycos, por ejemplo, o el crecimiento desmesurado de Terra„ y Telefónica optó por el crecimiento orgánico de sus divisiones. A principios de los 2000, el debate estratégico se planteaba entre la solidez de los mercados tradicionales „básicamente Europa„y la apuesta por continuar extendiéndose en los países emergentes. Se ponderó la posibilidad de tomar el control de la telefonía turca „un negocio que rondaba los quince mil millones de euros„, pero al final se optó por adquirir la británica O2, que aportaba un papel privilegiado en el Reino Unido, Irlanda y Alemania. Fue una operación costosa que permitió a la empresa española gozar de una notable presencia continental „antes se había hecho con la telefónica checa„ y de un precioso know-how. Por aquellos años, el tamaño de Telefónica era superior al de sus homólogas americanas, la cotización jugaba a su favor, al igual que la generosidad en los dividendos y una relativa buena situación financiera Y era también un negocio predecible.
Más tarde llegó el crash de 2008, con sus tremendas restricciones financieras, y el desprestigio del Club Med, que dejaron la marca España profundamente manchada. Nadie quería invertir en nuestra bolsa ni en nuestras multinacionales. El Ibex 35 se derrumbó „y ahí sigue, un 50 % por debajo de su valor máximo en el bienio 2007/2008„, mientras el ahorro se evaporaba o se dirigía hacia destinos aparentemente más fiables. La historia de la humanidad se repite incesantemente. Cuando una epidemia de pánico despliega sus alas, los fundamentales pasan a un segundo plano, al igual que el sentido común o la racionalidad. «El género humano „escribió Newman a mediados del XIX„ se deja mover por temores repentinos, arrepentimientos repentinos, seriedad repentina, propósitos repentinos, que desaparecen también repentinamente». La bolsa constituye un magnífico ejemplo de este principio: Irracional por momentos, volátil hasta el extremo, azotada a corto plazo por un sinfín de preocupaciones más o menos reales. Sin embargo, el paso del tiempo deja ver la solidez de los buenos negocios. Lo barato sube, lo caro baja, pero nada se detiene. La vida prosigue sin esperar a nadie.
¿Cuánto valdrá la bolsa española en unos años? No lo sabemos. Pero seguro que su valor se alineará con los fundamentales de la empresa y no tanto con el prestigio de la marca España, la situación macroeconómica del país o los habituales accesos de pánico. El legendario inversor Warren Buffett ha subrayado que apenas dedica un minuto a intentar predecir el porvenir de la economía, ya que le resulta más rentable centrarse en analizar los negocios; esto es, mirar el mundo de abajo arriba y no al revés. Con su inversión, Telefónica ha demostrado que cree en el futuro de su sector en Europa, que es como afirmar que cree en el futuro de nuestro continente. Un motivo „creo yo„ para el optimismo.
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