Opinión
Marca "made in spain"
Xavier Ribera
L os valencianos tenemos un motivo más de perplejidad. No podemos permanecer impávidos ante la puesta de largo de la «Marca España» en Valencia, con un calor canicular que sofocaba a los asistentes en el salón columnario de la Llotja dels Mercaders. Esto sucedía en un 18 de julio „nada menos„ para promover un cónclave sonado de la nueva expresión del nacionalismo español.
Dos días antes, el 16 de julio, como antesala, en la festividad de la virgen del Carmen, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, había recibido en la Moncloa a los notables del Consejo Empresarial de la Competitividad, donde, según rezan las crónicas, entre veinte individuos, controlan el 30 por cien de la riqueza española. Es un cálculo aproximado digno de especial atención económica y sobre todo sociológica Entre otras cosas parece que les leyó la cartilla y les advirtió de lo que se les viene encima si contribuyen a que le muevan la silla. La inestabilidad política que viene no es el escenario preferido para poderosos que no desean más turbulencias, cuando todo va según el programa previsto.
El anfitrión fue el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, afincado en Xàbia, enclave a caballo entre Valencia y Alicante, donde se celebra otro tipo de reuniones, más confesionales, como las del anterior fin de semana, promovidas por el alicaído sector «cristiano» del PPCV y abanderadas por el ministro que se siente vinculado al territorio valenciano desde hace varias décadas.
En el capítulo de agraviados, ofendidos porque se les ignoró, se encuentra una larga lista de sectores económicos que se ven como pilares fundamentales en la economía valenciana y por tanto también española. Cómo ocurre a menudo en estos casos, ni estaban bastantes de los que son ni todos los que asistían sabían conjugar el verbo exportar. Es costumbre que quienes se prodigan en encuentros especializados en materias estratégicas, como es el caso del comercio exterior, son expertos en casi nada, paracaidistas improvisados y muy duchos en figurear, con los resultados que se aprecian en la política y en la economía. Esta última disciplina es la que se supone nos ha de dar de comer a todos y a algunos, justamente desasosegados, por cierto, sería conveniente que les procurara un empleo remunerado y digno.
No está fácil. Una cosa es organizar saraos y otra, mucho más compleja, atender con eficacia las urgencias de la ciudadanía. Cuando no habían transcurrido 48 horas después de este 18 de julio, ha surgido el escándalo del exabrupto del segundo de la «Marca España», Juan Carlos Gafo. No se pudo reprimir y lanzó por la red informática un tremendo «Catalanes de mierda. No se merecen nada», airado por un abucheo a los acordes del himno español. El director adjunto de la Oficina para la «Marca España», Gafo, no ha tenido más remedio que presentar su dimisión, porque de otra forma lo cesaban fulminantemente.
Quizás el que debe tentarse la ropa es quien lo nombró en su día para pilotar con el alto comisionado de la Marca, Carlos Espinosa de los Monteros. Arrebatos del calibre de los que manifiesta Juan Carlos Gafo, no se improvisan y difícilmente se producen, si el interfecto no apunta maneras.
Los intentos de promover y difundir una llamada de atención sobre la oferta española agregada no son nuevos, sino que se reinventan. Siempre con un deseo irrefrenable de conquistar el mundo con productos y servicios impregnados de genio y tipismo. El tópico se extendió con el «Typical Spanish», seguido de la «Piel de Toro», del desesperado «Spain is different», «Smile, you are in Spain», «Need Spain», el atrevido «España: una manera de hacer Europa» o la silueta del astado que preside todavía los flancos en las carreteras hispanas.
La citricultura española también adoptó la contramarca «Spania», con resultados considerables. En el sector naranjero y entre los consumidores, principalmente europeos de cítricos, era realmente la imagen y la calidad de la fruta valenciana la que impulsaba al conjunto de productos españoles. Aquello es historia.
Últimamente triunfa una serie televisiva estadounidense que se titula «Made in Jersey», en la que la protagonista, que proviene de aquel estado de los EE.UU., es la que lidera discretamente el trabajo de un ambicioso equipo de abogados en Nueva York. Muchas veces no son las pretensiones trufadas de vanidad las que calan en los destinatarios del mensaje, sino la modestia, la sobriedad y el sosiego apegados a la realidad de un sector o de un territorio, que transmite su verdad convincentemente. Quizás el más popular de los eslóganes domésticos ha sido el sencillo «Made in Spain». Para que estos inventos nacionales y patrios funcionen, es preciso limpiar y dignificar la imagen de la España plural y tolerante, de tal forma que el concepto sea aceptable por todos y funcione como tal.
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