Opinión

Los intocables

Sabido que no se relee, se lee de nuevo, he vuelto a ver Los intocables y la he visto de nuevo. La recordaba inolvidable pero sin acordarme de todo. Entre tanto «déjà vu», esta película que he visto tres veces me pareció nueva. Visualmente no ha envejecido, lo que demuestra que nació como un clásico en 1987. Robert de Niro estaba equilibrado en el inestable Al Capone y la solera de Sean Connery maridaba con un Kevin Costner en sazón y un Andy García fresco. La letra de David Mamet, la música de Ennio Morricone, el vestuario de Giorgio Armani encajaron con un «clik» en las imágenes de Brian de Palma, que cuando acierta y cuando yerra nunca olvida fascinar. Chicago, años 30, Gran Depresión, Ley Seca, gánsteres que contrabandean alcohol con el que producen inmensas sumas de dinero que pagan la suite del Hotel Lexington, la corrupción de las autoridades, la complicidad de los policías, la simpatía de los periodistas venales y, sellando las junturas con la masilla del miedo, consiguen un sistema cerrado. Todo es conocido, nada se puede demostrar. Para mover una pieza de ese montaje, Eliott Ness ha de lograr un grupo pequeño de insobornables y un enfoque nuevo para detener a Capone. El grupo lo forman un policía veterano y limpio, otro novato con buena puntería y un especialista en números que descubre que el millonario, contrabandista y asesino Al Capone no ha pagado impuestos y le pueden acusar de fraude fiscal.

Cuando la vimos hace 26 años, con los mismos ojos pero distinta mirada, no sentíamos tanta ojeriza por el contable como ahora. Nos pareció bien que lo salvaran para que cayeran el capo de la organización, sus negocios, sus delitos, su sistema. Ahora no hay la misma unanimidad y muchos quieren acabar en el contable sin interés en curar el sistema de sobornos, corrupción, enriquecimiento ilícito, asalto al dinero público...

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