Rosas y crisantemos

Funeral multitudinario en Santiago con representantes de las más altas instancias del Estado. Siete años atrás, también en julio, hubo de hacerse otro en la catedral de Valencia. Por aquel entonces todavía no habían reventado ninguna de las burbujas que un par de años después nos abocarían a un ambientillo social que da cosa verlo. De ahí que nuestras autoridades no se perdieran la cita de la plaza del Obradoiro porque la única paz ante la masa a la que pueden aspirar en estos momentos es a la de los muertos. La despedida popular a las víctimas del metro se realizó mucho más a contramano teniendo en cuenta aquellos días de vino y rosas en los que, el tremendo accidente acaecido en la curva de la estación de Jesús, venía a suponer una incomodidad a nada de ultimar los preparativos de la visita de Benedicto XVI por los alegres chicos de la Gürtel. Los desajustes del descarrilamiento que llegó a casi doscientos por hora, las circunstancias que lo rodearon, las investigaciones en curso y el posterior reparto de responsabilidades inician ahora su camino. Pero el trayecto seguido en este terreno respecto del primero de los accidentes, la asunción de compromisos(?) y la actitud de buena parte de los barandas ha sido como ustedes saben una ignominia. Al presidente Camps, que rehusó recibir a los afectados, lo tenemos en el Consejo Consultivo y, sin embargo, sería de rigor preguntarse quién le va a consultar qué a alguien que ha actuado con desdén en un asunto que lo que reclama es justicia y humanidad. Qué decir de Cotino, capaz de declarar ante millones de televidentes que él no es el que está al aparato para quitarse del lío. El que sí ha estado, aunque a su manera, ha sido el presidente actual al poner todos los recursos de la Generalitat a disposición de Galicia. Lo que en otras circunstancias habría sido un gesto de solidaridad, por lo atravesado por esos ciudadanos a los que se debe se convierte en un rasgo de sarcasmo. E hiriente para no perder la costumbre.