Opinión
El viento que anula la brisa marina
Este fin de semana ha quedado patente, una vez más, el protagonismo meteorológico que tienen en la España mediterránea los vientos cálidos y secos. No se trata sólo del efecto propagador de las llamas en los incendios forestales, sino la evidencia de que las temperaturas más altas del verano se alcanzan siempre en estas condiciones en las proximidades del Mare Nostrum. En julio y agosto es habitual que nos quejemos del bochorno en ciudades como Valencia y Barcelona, pero el influjo marítimo que alimenta ese pegajoso calor nocturno es, al mismo tiempo, el comodín atmosférico que impide que nos abrasemos durante el día en plena canícula. En condiciones normales, la brisa marina corta después del mediodía el calentamiento propiciado por la radiación solar. El aire que está en contacto con el suelo tierra adentro se eleva al calentarse y perder densidad, y el vacío que deja es reemplazado forzosamente por el aire bañado por el agua del mar, lo que interrumpe el ascenso térmico y refresca el ambiente junto a la costa. Es lo que explica que, de forma recurrente, cuando se mantiene el régimen de brisas las temperaturas máximas se muevan todos los días en el entorno de los 30 ºC en un amplio cordón del litoral mediterráneo. Lejos de la costa, en cambio, la brisa no llega o lo hace muy debilitada, por lo que los termómetros suben bastante más en las horas centrales del día. Por eso, incluso por encima de los 500 metros de altitud suele hacer más calor de día que al nivel del mar, a pesar de que, después, las noches son más refrescantes. El problema de estos últimos días es que en una gran parte de la costa mediterránea y sus proximidades los vientos de poniente se han encargado de anular el régimen de brisas, por lo que las temperaturas se han disparado por encima de los 35 ºC. España es una encrucijada geográfica con gran diversidad climática. Cuando llega aire del interior de África todos pasamos calor, pero donde más se sufre es en el sur y en el Cantábrico, a cuyas costas el aire llega muy recalentado y se alcanzan temperaturas anormalmente altas. Pero en el Mediterráneo el aire que nos trae más problemas es el que procede del Atlántico, porque al cruzar el interior de la Península sufre el llamado efecto föhn, con lo que pierde humedad y llega muy caliente hasta aquí, cortando el régimen de brisas y volviendo locos los termómetros. Es una de las razones por las que históricamente, y a diferencia de lo que sucedió en el resto de España, en el Mediterráneo uno de los peores veranos fuera el de 1994 y no el de 2003, considerado este último el más cálido desde el inicio de las observaciones meteorológicas. En 1994 perdimos las brisas, pero en 2003 se mantuvieron muchos días.
vaupi@estrellasyborrascas.com
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