Opinión

Videojuegos

En uno de los episodios del videojuego Call of Duty se reconstruye el asalto a una posición alemana, durante el desembarco en Normandía, por parte de la 101 división aerotransportada del ejército americano. El padre de un amigo mío americano fue oficial en esa división y participó en ese asalto. Cuando volvió de la guerra, nunca quiso hablar de lo que había vivido en Normandía y se instaló en un mutismo hosco y malhumorado. Empezó a beber. Por las noches gritaba en sueños. Su hijo lo oía en su cama y se pasó muchas noches temblando en su dormitorio. Andando el tiempo, él también empezó a beber.

Mi hijo tiene ese videojuego y yo mismo he jugado algunas veces con él. A mí me pareció muy aburrido, pero mi hijo „y otros niños de su edad„ pueden pasarse horas y horas disparando contra los soldados enemigos. Un día le conté a mi hijo la historia real del oficial americano que había participado en el asalto. Me hizo algunas preguntas, quiso saber su nombre y su graduación, y luego continuó jugando tan tranquilo.

¿Son malos los videojuegos violentos? En principio no. Miles de niños juegan con ellos y no desarrollan ninguna conducta anómala. Pero sí hay algo muy negativo asociado con los videojuegos, y eso es algo en lo que casi nadie repara: muchos niños que juegan a los videojuegos suelen vivir encerrados en sus casas, sin hacer deporte ni relacionarse con casi nadie, hasta que poco a poco empiezan a desconocer cómo es el mundo real.

Adam Lanza, el chico que mató a una veintena de niños y a cinco profesores en Newtown, vivía encerrado en una casa sin ver a nadie, jugando horas y horas a los videojuegos. Y en estas condiciones, sin amigos, sin salidas al exterior, sin estímulos de ninguna clase, la sensibilidad se embota y la empatía desaparece (si es que existía), y uno empieza a creer que la vida es una especie de marasmo del que sólo se puede salir actuando de forma violenta. Además, las fronteras entre lo que es real y lo que no lo es desaparecen por completo, y uno ya no sabe muy bien ni quién es ni qué está haciendo. Matar es apretar un botón mientras suena esa musiquilla tranquilizadora que nos confirma que estamos vivos, bing, bing, bing. Sólo eso.

El parricida de Mallorca jugaba mucho al Call of Duty. Pero si repasamos su vida, lo más inquietante no era eso, que al fin y al cabo es una trivialidad como cualquier otra, sino el aislamiento emocional en el que vivía y la vulnerabilidad anímica de alguien que apenas tenía amigos, aparte de una codicia desmedida „el deseo de quedarse con una herencia„ que parece tan pueril como el deseo de ganar una gymkhana y que quizá se debía a todas las circunstancias anteriores. Y repito, no es malo jugar a los videojuegos. Lo malo es no tener ni idea de que uno vuelve de la guerra sin ganas de hablar con nadie. Y por la noche, en la cama, grita de miedo.

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