Las estupendas autopistas alemanas y sus bosques de abetos. Las tranquilas calles de Ulm, el puente sobre el Tauber en Rothenburg y el cuento de hadas del castillo de Neuschwanstein. A los 24 años de la caída del Muro de Berlín y la reunificación, un país que despierta admiración vive su campaña electoral como si se preparara para la alegría del Oktoberfest. La quinta potencia industrial del mundo sigue mostrando su eficacia y superioridad moral. Mantiene las cuentas públicas bajo control, su tasa de desempleo en el mes de julio apenas fue del 6,8 % y cuenta con siete millones de personas en minijobs pero 3,6 millones de trabajadores en sectores industriales del automóvil, electrónica y metalurgia.

En diez años ha pasado del «gigante enfermo de Europa» con Schröder, al actual empuje del renovado milagro alemán. Ya nadie recordaría la vieja RDA si no fuera por algunas películas como La vida de los otros o cierta literatura como la de Christa Wolf. La Alemania de hoy nada tiene que ver con los viejos litigios entre Oriente y Occidente. Siempre en juego la imagen de ser alemán. Las colas por conocer su lengua crecen año tras año en las sedes europeas del Göethe Institut. Un país con un fuerte sentimiento de vinculación entre sus länder, sólidamente unido, muy lejos de las situaciones que viven algunos socios europeos como los belgas o los españoles con sus viejas e históricas disputas.

Su opinión pública está entregada a su superioridad moral. La crisis europea no daña la campaña de Merkel. Si hay dudas en torno al tercer rescate griego, se sostiene con rotundidad que Grecia nunca debió entrar en el euro y se responsabiliza a la oposición. Todo respira autocomplacencia nacional en torno a la canciller federal con un electorado que no ve los problemas de los vecinos europeos. No va con ellos, sólo importa el contribuyente alemán. Un clima de satisfacción e indiferencia en una aburrida campaña electoral que es un plebiscito sobre la continuidad de Angela Merkel, quien se pasea estas semanas con frases amables: «ya me conocéis», «las decisiones se toman cuando es necesario». Sólo importa garantizar el bienestar y el trabajo en Alemania. Wolfgang Schäuble marca la inflexible oposición a la unión bancaria con la que se podrían neutralizar los costes relacionados con la liquidación de las maltrechas entidades bancarias de algunos socios, pero la defensa del contribuyente alemán les lleva a insistir en imponer la ruta del ahorro y la austeridad. A veces aparecen esas pequeñeces de la política europea en la campaña electoral pero son excesivamente complejas y conviene mantener el perfil bajo en política exterior, eludir cualquier responsabilidad de liderazgo político europeo y global. Mejor el pragmatismo en esta era de prosperidad alemana y declive europeo.

En esta campaña electoral la cuestión europea no ocupa ningún lugar, simplemente se ignoran las consecuencias de la dirección económica actual para el futuro de la eurozona. Como si se hubieran declarado superfluos, a la mitad de los ciudadanos europeos se les mantiene en un estado de desesperanza, con la devaluación continuada de sus salarios mientras no se ven los resultados de esa política, las deudas se continúan incrementando y la desconfianza en el sueño europeo se generaliza. Aumentan las voces que reclaman una revisión global de la estructura europea con un diseño más democrático que mejore la solidaridad e inyecte esperanzas a las jóvenes generaciones de europeos que no quieren ser generaciones perdidas. Una campaña electoral cómoda y confortable para Angela Merkel que aventaja en más de 15 puntos al SPD, dividido entre Peer Steinbrück y Sigmar Gabriel.

Un ambiente que te ha impulsado a la relectura de Tan alemanes, de Walter Abish, un escritor que pertenecía al grupo OuLiPo, aquel grupo literario que hacía hincapié en el juego del lenguaje en la construcción de la realidad y al que entre otros pertenecieron Quenau, Calvino y Perec. ¿Cómo son percibidos los alemanes? En Tan alemanes, el escritor Ulrich Hargenau retorna a su ciudad natal después de un tiempo en París. El relato cuenta las vicisitudes de un escritor y un arquitecto en la Alemania americanizada que selló su pasado en una costra limpia y tranquila.

Un buen verano alemán no estaría completo sin los riquísimos pasteles alemanes. Una escena familiar ha dado origen a la crítica más incisiva y mediática a Angela Merkel en esta campaña electoral. La ha realizado su marido. Fue él quien le dijo que no ponía bastante streusel „cobertura de manteca, harina y azúcar con la que se espolvorean los pasteles„ en el streuselkuchen, una tarta de masa de levadura que se decora con mermelada de cereza. Endulzarnos la dieta, ser espolvoreados con ideas más europeas y no tan alemanas es algo que agradeceríamos a la canciller federal en la próxima legislatura. Merkel busca reeditar su pacto con los liberales del FDP pero éstos pueden perder parte de su electorado y corren el riesgo de no llegar al necesario 5 %. En esa situación, la próxima coalición podría ser con Los Verdes o de nuevo die grosse koalition. Quedan dos semanas y el magnífico verano alemán concluirá poco antes del domingo 22 con las urnas.