El siglo XX ha dejado al siglo XXI dos revoluciones tecnológicas en marcha que ya están constituyendo importantes retos morales y legislativos y que los van a constituir más todavía. Se trata de la telemática y de la biotecnología. Ambas nos abocan a posibilidades antes solo levemente imaginadas por los escritores de ficción, por lo general con visiones de signo catastrofista.

En el apartado biotecnológico, eran experimentos con seres humanos que daban lugar a mutaciones aberrantes en la isla del doctor Moreau. Pero lo que hoy está sobre la mesa es otra cosa, sin duda cargada de esperanza. Ahí están las células madre, con las que podemos construir órganos nuevos que suplirán con ventaja a los donados para trasplantes. Pero ahí está también la polémica, las prevenciones, las dudas morales y religiosas para con el uso de embriones para fines terapéuticos. Se ha establecido una dialéctica entre avances científicos, reflexiones éticas y regulaciones legislativas que intenta trampear el desafío de no renunciar a lo mejor del progreso sin caer en lo peor a que podría llevarnos.

El mismo reto se plantea en el terreno de las tecnologías de la información. La coincidencia entre la expansión global de las telecomunicaciones y el desarrollo de la informática dio lugar al nacimiento de la telemática, que en síntesis consiste en la relación a distancia entre varios ordenadores unidos por una red de telecomunicaciones por las que circula información. Y cabe recordar que tan ordenador es el PC del trabajo como el smartphone que transportamos en el bolsillo o el decodificador de la televisión por satélite de nuestra casa. Cualquier cosa que lleve chips y esté conectado forma parte de la red y es susceptible de dialogar con otros artefactos.

Las ventajas son infinitas. Basta recordar todo lo que hacemos cada día y que sería mucho más difícil, o imposible, sin estos instrumentos: en el trabajo, en el ocio, al comprar, al relacionarnos. Y nada impide pensar que nos estén esperando nuevas e increíbles aplicaciones, que aumenten la ya grande participación del sector en la economía mundial. Los riesgos ya los hemos apuntado: todo circula por una red de ordenadores que dialogan entre ellos, un mecanismo por el cual se torna increíblemente fácil espiar nuestros pensamientos a través de la «escucha» de tales comunicaciones, ejecutada por ordenadores de altísima capacidad. En realidad, los grandes ordenadores de las empresas proveedoras de servicios TIC toman nota todas las comunicaciones que se establecen, y gracias a gente como Snowden sabemos que a dichas empresas no les da ningún empacho pasar esta información a los gobiernos. Estamos bajo una potencial vigilancia policial como nunca antes.

Apple lanzó la gama Macintosh con un anuncio mítico. En él, una joven atleta arrojaba un gran martillo contra una enorme pantalla, desde la cual el Gran Hermano de Orwell adoctrinaba a las masas embobadas. La pantalla se rompía en mil pedazos, el Gran Hermano callaba y un gran soplo de aire fresco despertaba a la gente adormecida. El mensaje: gracias al Macintosh, «1984 no será como 1984». El ordenador personal y asequible como pasaporte a la independencia y a la libertad. Hoy, miles de millones de personas tienen derecho a sospechar que grandes corporaciones privadas y su propio gobierno les vigilan desde los pequeños artefactos. La Policía del Pensamiento ideada por Orwell en 1984 tiene en sus manos los instrumentos necesarios para mirar dentro de nuestros cerebros.

Para luchar contra tales abusos, el primer paso es conocerlos. Esta ha sido la gran contribución que ha hecho Snowden a la humanidad. Por eso tantos gobiernos acataron vergonzosamente la orden de caza y captura que emitió Washington, y debe refugiarse en países dudosos que le acogen por enemistad hacia su perseguidor. La peor amenaza es la ignorancia. La conciencia de que se perpetra un atentado inaceptable contra nuestra privacidad debería movernos a exigir la adopción y cumplimiento de estrictas que adaptaran al nuevo espacio digital el principio de inviolabilidad. No van a ser los gobiernos, controladores por naturaleza, quienes tomen la iniciativa. Deberá partir de organizaciones sociales, como tantas otras cosas. Paradójicamente, las propias TIC, las redes y los nietos del Mac y del PC pueden ser instrumentos al servicio de esta reacción social.