El asalto de un grupo de extremistas bravucones a la Delegación de la Generalitat en Madrid, durante la Diada no es casualidad. No han tardado mucho en ser detenidos. Cada vez son más visibles, ellos y las banderas de sus partidos políticos. Las de Alianza Nacional, Democracia Nacional o la Falange Española de las JONS. Se trata de una prueba más de la estrategia de visibilización que está llevando a cabo muy conscientemente la extrema derecha española. Que no escondan ni su filiación ni su cara no es un signo de bisoñez. Se diría que los nuevos fascistas españoles, ante el pobre rendimiento electoral de su ideario, prefieren apuntarse a la línea martirológica: ahora se declaran presos políticos.

Esos gritos „«Cataluña es España» o «es un orgullo ser español»„ tampoco son casuales: para nuestra extrema derecha, el anticatalanismo es uno de sus dogmas de fe, un tótem ideológico y una de sus más importantes redes de arrastre de votos, junto a la anti-inmigración. Lo importante siempre es señalar al enemigo. Tanto dan los que vienen como los que quieren irse: en la Comunitat Valenciana, España 2000 califica a los partidarios de la independencia como «antidemócratas» o «cánceres separatistas». De aquí su íntima aversión por Plataforma per Catalunya: por mucho vecindario ideológico que compartan, el factor anticatalanista „que PxC no comparte por razones electorales„ les impide estrechar relaciones.

Para nuestra extrema derecha, la unidad española constituye una pieza imprescindible de su ideología. Es algo no sólo innegociable, sino casi inconcebible. Aquello de la unidad de destino en lo universal se fundamentaba en un revisionismo histórico utilizado ya por Primo de Rivera. Pero ahora los radicales apelan a teóricos europeos y españoles más actuales. Uno es Guillaume de Faye, representante de la corriente identitaria europea que asentó las bases doctrinarias de la nouvelle droite francesa durante los ochenta y que ha visitado varias veces España para impartir conferencias en sedes como la de España 2000.

A escala nacional destaca Fernando Cantalapiedra, el expresidente del Frente Nacional, que infunde el miedo social por las «disparadas» tasas de reproducción de la población inmigrante y la consecuente, inevitable y para él casi matemática islamización de toda la sociedad. De ese humus se nutre la justificación de una supuesta incompatibilidad entre las diferentes culturas dentro de un mismo territorio porque «los problemas de integración no son nuevos, son connaturales a la comunidad musulmana». Vuelve el odium teologicum.

Hoy son noticia los gases lacrimógenos y las agresiones ideológicas. Pero cuando escampe esta perturbación de nuestra atmósfera mediática que irriga ahora las páginas de actualidad, continuará la impunidad de su discurso del odio y la de sus ideólogos. Esos que se han instalado en las afueras de nuestro ecosistema político y que no están dispuestos a abandonarlo. Que el regreso de la violencia neofascista en la esfera institucional se haya producido en una librería que lleva el nombre de un libro del polígrafo y grafómano Ramon Llull quizás tampoco sea una casualidad.