Al menos en un par de ocasiones, esta columna se ha ocupado de las estelas que dejan los aviones a su paso. Se trataba de divulgar sobre los fenómenos que se producen en la atmósfera provocados por las aeronaves y que generan las vistosas nubes o «cirros» que tanta atención despiertan. Las estelas formadas por los aviones son áreas de condensación que se producen los días en los que la atmósfera está muy húmeda y fría en el nivel de tránsito de los «jets». El combustible quemado tiene un porcentaje de humedad que en contacto con una atmósfera ya húmeda y fría permite llegar al punto de rocío o saturación. El vapor se condensa y aparecen la nube que generalmente se disipa en unos minutos. Hay días, por el contrario, en los que el cielo ofrece complejas mallas con estelas que se cruzan y que contribuyen a alimentar la teoría de la conspiración que pretende otorgar veracidad a las existencia de una fumigación masiva de escala planetaria.

La carta de un lector que preguntaba, alarmado y con un punto de reproche, por qué no hablábamos de las estelas nos puso en la pista sobre los miles de adeptos que tiene la teoría de la fumigación o «chemtrails» en el mundo. Si no tienen un periódico a mano para leer pueden pasar un rato divertido ante la pantalla de su ordenador. Hay miles de informes, «microdocumentales» en You Tube y «powerpoints» para hartase destinados a probar la conspiración. «Nos fumigan», es la conclusión, aunque no hay acuerdo sobre quién, si gobiernos o multinacionales, y para qué.

Hay acuerdo en que en zonas de intenso tráfico aéreo, las estelas tienen un efecto sobre el clima. Incrementan el albedo e impiden la llegada de una parte de la radiación solar. La prohibición de vuelos durante 3 días que siguió al atentado del 11-S permitió realizar mediciones sobre una atmósfera inusualmente limpia que parecen acreditar el descenso de temperatura provocado por estas nubes. Otros científicos creen, al contrario, que las estelas de la aviación contribuyen al calentamiento global.

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